Dando cuerpo a una de
las citas más esperadas de la programación de esta 67 Edición del Festival
Internacional de Santander, asistimos este domingo al concierto de la Orchestra
of the Age of Enlightenment, con un repertorio íntegramente germano (Telemann y
Handel), que contó con la dirección del clavecinista Laurence Cummings y la voz
de Katherine Watson.
La OAE, sin duda una
de las formaciones de música antigua más sólidas de las Islas Británicas, no
visita por primera vez nuestra ciudad, y por otra parte su larga trayectoria es
más que conocida, de modo que no necesita particular presentación. En esta
ocasión acudían con un programa muy disfrutable, orientado por igual al
lucimiento de la propia orquesta, con instrumentistas suficientes para ello, y
asimismo al de la joven soprano, que ostentó un destacado protagonismo en la
velada.
Comenzó la noche con
un solemne y no por ello menos entusiasta Telemann, mediante una selección de
danzas de su Obertura en Fa Mayor
TWV55:F3, en la que adquirió una muy relevante presencia la sección de
viento, con el aliciente añadido de esas trompas naturales tan características
de la fanfarria final, espléndidas, y que volvieron a hacer delicioso acto de
presencia en la segunda parte, como era previsible, en la Water Music handeliana. La dirección de Cummings —por cierto,
bellísimo sonido el de su clave— fue enérgica pero sin perder un ápice de
suntuosidad; la OAE atendió con su intuición y sabiduría propias a las
exquisitas indicaciones del director, pulcras al máximo y a la vez plenas de
matices y contrastes. La cuerda exhibió su brillo habitual, marca de la casa —aun
con algunos desajustes aislados— en el precioso Concerto Grosso en mi menor Op.6 núm. 3.
El resto de la velada
estuvo acaparado por la etérea intervención canora de Katherine Watson, que
logró emocionar desde su misma entrada con un celestial «Tu del Ciel ministro
eletto» de ese espectacular oratorio handeliano que es Il trionfo del tempo e del disinganno. Siguieron dos arias de Giulio Cesare, más enjundiosa la primera
que la segunda. La cantante, de evidente formación cantabrigitana, cincela
maravillosamente recitativos y arias, con el estilo tan característico y
embriagador de las divas inglesas; su voz es delicada, sus ornamentos precisos
y elegantes, su expresividad más que notable sin recurrir a innecesarios
alardes. Sin embargo, por ello mismo resulta mucho más convincente en las arias
lentas que en las de bravura, donde queda un poco corta de arrojo y pierde
control técnico. En la segunda parte, como confirmación de lo dicho, nos
obsequió con un encantador e infrecuente motete, Silete venti, en el que se movió como pez en el agua, dominando
todos los registros y encandilándonos con el saltarín «Hallelujah» final.
A los encendidos
aplausos correspondieron Watson y la OAE con una muy refinada interpretación
del «Lascia ch’io pianga» de la ópera Rinaldo —que la cantante, por cierto,
interpretó con sentimiento aunque realizando un curioso cambio de acentuación
en su célebre estribillo— en compañía de un continuo extraordinario, donde
destacó la expresividad de la cuerda pulsada.
En suma, una noche en que el Siglo de las Luces en verdad lo fue, haciéndonos añorar tiempos pasados y más claros.
En suma, una noche en que el Siglo de las Luces en verdad lo fue, haciéndonos añorar tiempos pasados y más claros.
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