MAGISTERIO DESCALZO

Asistir a un concierto de la orquesta de cámara Akademie für Alte Musik Berlin (AKAMUS en versión reducida) siempre es un motivo de gozo por su más que conocida solvencia. No es la primera vez, por otra parte, que la AKAMUS vista el Festival Internacional de Santander dejando grata memoria, pero en esta ocasión la agrupación berlinesa venía además acompañada de un violín solista de primera magnitud: la aclamada intérprete Isabelle Faust, cuyas personalísimas grabaciones han seducido a críticos y melómanos en todo el mundo y en diversos repertorios.
En la noche del sábado se dio la circunstancia añadida de que, tal como explicó Jaime Martín antes de iniciarse el concierto, los músicos habían sufrido un desafortunado incidente en su vuelo que les había dejado sin maleta, en tanto que ellos mismos hubieron de hacer un notable esfuerzo para desplazarse unos cuantos kilómetros por carretera hasta llegar a Santander. La profesionalidad de los integrantes de AKAMUS quedó patente cuando, a pesar de todo lo descrito, salieron a ejecutar fielmente su concierto, aunque con el guiño de hacerlo en la única ropa de calle que tenían, y solidariamente descalzos.
El programa era un integral dedicado a Bach, iniciado con una pequeña rareza: una suite para orquesta de un primo del gran Johann Sebastian, Johann Bernhard Bach. Se trata de una pieza que el mismo Bach transcribió y que realmente no tuvo mucho que ver con el resto del repertorio abordado en el resto de la noche, pero que tuvo el valor de “calentar” la velada para la recepción de los auténticos platos fuertes que se iban a suceder: el Concierto para Violín BWV 1056R y el Concierto para Violín y Oboe BWV 1060. A la concentración y precisión técnicas de los músicos de AKAMUS se unió el impresionante vigor de la solista Faust, que inmediatamente pareció infundir en el ensemble un entusiasmo aún mayor. Isabelle Faust es una violinista que, más allá de su indiscutible maestría técnica, nos encandiló con un fraseo deslumbrante y con una lectura muy personal y reflexiva de las piezas acometidas, dejándonos sin aliento, siguiéndola con sostenida tensión. Faust no se limita a reproducir la partitura, sino que la exprime, la escudriña, la expande. Su dominio del instrumento es soberbio y así lo demostró con espectaculares entradas, con cadencias exquisitas, tan pronto ígneas como en suaves pianissimi, con cuidadísimos ornamentos, con una transparencia diamantina. Por lo demás, demostró su absoluta compenetración tanto con la fantástica oboísta Xenia Löffler en el Concierto BWV 1060 (el diálogo mantenido en el adagio fue exquisito y delicioso el allegro de cierre) como con el magnífico concertino y director, Bernhard Forck, con el que protagonizó, ya en la segunda parte, una delicadísima filigrana al desgranar esa bellísima Sonata a Trío BWV 529 cuajada de laberintos y reflejos. El remate del concierto se realizó con el conocido Concierto para Violín BWV 1052R, en una interpretación absolutamente arrebatadora que provocó una merecidísima ovación por parte del público que casi llenó la Sala Argenta.