ENTUSIASTA BARTÓK

Sorprendente concierto el programado por el FIS en los Marcos Históricos, en esta ocasión en la Iglesia de Santo Domingo de Herrera de Ibio. Y decimos sorprendente por cuanto no es nada habitual escuchar los 44 dúos para violín de Bartók, una obra que, siendo inicialmente un encargo de pretensiones pedagógicas, supo el húngaro convertir en una suerte de caja de bombones, en un surtido de delicatessen. Y es que, alumbrados en plena madurez compositiva, Bartók, el músico obsesionado por el número áureo, mira hacia las tradiciones centroeuropeas y folclóricas y las incorpora con extraordinaria imaginación a su catálogo de 44 maravillas, de dificultad creciente, en que resuenan ecos de su cuarto cuarteto de cuerda; un catálogo que, por cierto, fue interpretado por el mismo compositor en Madrid en un concierto que impartió en una de sus primeras estancias en España.
En este caso, dos violinistas de peso acometen tan singular proyecto. Singular sin duda porque el italiano Enrico Onofri, uno de los maestros indiscutibles en su instrumento, ha consagrado su extraordinaria carrera interpretativa a la música barroca (aunque estudió con Végh, uno de los más aventajados discípulos de Bartók); en lo tocante a la ibicenca Lina Tur Bonet, se ha decantado también por repertorios barrocos –magnífica es su reciente grabación de los Misterios del Rosario de Biber– pero no ha dejado de frecuentar obras más recientes. En tal entrecruzamiento de casualidades y aficiones Onofri y Tur han logrado hallar un punto en común que, desde sus cuerdas de tripa y metal, les ha llevado a desgranar con exquisita expresividad la obra de Bartók.
El comienzo, el Primer Libro, sonó bastante frío y académico. Pero ya a partir del Segundo Libro comenzó a brotar la chispa de la verdadera compenetración –a pesar de que un fallo de iluminación en la iglesia dejó a Onofri casi a oscuras ante su partitura durante la ejecución de todo el Libro–. En el Tercero y el Cuarto ambos violinistas estuvieron sencillamente deslumbrantes, aportando energía, hondura y significado, más allá del mero virtuosismo, e incluso buscando una cierta complicidad con los asistentes, como en el exquisito Pizzicato.
El público premió con aplausos muy merecidos a los intérpretes, que regalaron una preciosa propina, una transcripción para cuerda de la popular ‘Danza de los Salvajes’ de Las Indias Galantes de Rameau.