Sin
duda por tales nos toman los responsables de la programación de conciertos del
Año Jubilar, y no hay mejor ejemplo que los desafueros cometidos en el
concierto de The King’s Consort en el Palacio de Festivales el pasado martes.
Solo la insensatez puede llevar a programar un concierto barroco con 7
instrumentistas en la inmensa sala Argenta, con capacidad para 1600 personas;
creo ser generosa si calculamos la ocupación en unas 250 o como mucho 300, a
las que hubo que hacer descender a las butacas inferiores para no producir una
sensación de frío desaliento en el ensemble. Como las previsiones de ocupación
debían de ser muy altas en las mentes de los programadores, o muy relevantes
sus demás tareas, no se encargaron de dar difusión ninguna al concierto, de
modo que los aficionados a la música nos enteramos en apenas 24 horas (y ello gracias a la labor del Diario Montañés, que publicó una nota informativa y una larga entrevista a Robert King) de que
The King’s Consort iban a tocar en Santander. Es verdad que venían citados en
las últimas páginas del programa general del Palacio de Festivales; pero
hablemos también de eso, ya que lo mencionamos: se prevén ahí 8 instrumentistas
cuando fueron 7 (el octavo debía de ser un Alien oculto en el cuerpo de Robert
King), cuyos nombres por supuesto se omiten, así como la intervención de la soprano
Lorna Anderson, cuando en realidad cantó Julia Doyle. Un pequeño detalle sin
importancia, tan sin importancia como las numerosas erratas que trufan el
textículo correspondiente del programa palaciego.
Pero
no se vayan todavía. Aún hay más. A nuestra llegada a la desolada sala Argenta
no hay recepción de acomodadores… ni programa. Ni una vil fotocopia. Cada uno
se las arregle como pueda para sentarse y, sobre todo, para adivinar qué es lo
que van a tocar estos señores tan raros de los que no se nos ha dado apenas ninguna
información previa. Algunos llevamos años escuchando música barroca y hasta
tenemos muchos discos del King’s Consort y sabemos un poco de qué van esas
historias de los instrumentos originales y los concerti grossi. Pero muchos
otros espectadores no, ni tienen por qué. De manera que, así desprogramados,
los aplausos se producían a destiempo, generando un absoluto desconcierto en
los concertistas desnortados, que se miraban entre sí con cara de angustia e
incomprensión. Por fortuna, Robert King es un gran músico y, tras el descanso,
en lugar de suicidarse, optó por preguntarnos si teníamos programa de mano —ya se
sospechaba él que no— y explicar —por supuesto en su inglés de Oxbridge— con
soltura exquisita y enorme sentido del humor todo lo que habíamos estado
escuchando y lo que quedaba de concierto. A todo esto, las entradas en zona B
costaban 50 euros. Casi nada para semejante disparate.
A
estas horas es probable que los miembros del King’s Consort se estén cachondeando
del despistado público de Santander —hasta nos preguntaron si sabíamos latín—…
o más bien estén alabando encarecidamente la solvencia de los brillantes
programadores de la cosa jubilosa. Va a ser verdad que, si no somos tontos, todos
lo pareceremos.
Y
por cierto, ya que esto iba de música: desde tal punto de vista, el concierto
fue impecable. Robert King es un auténtico maestro dirigiendo y demostró, aun
en medio del desastre, por qué durante tantos años ha sido un auténtico
referente en la música antigua: preciso, elegante, sin alardes, pero con
subyugante musicalidad; en suma, la escuela inglesa en su estado más puro, cuya
esencia supo King extraer de sus instrumentistas, entregándose él mismo al
clave con denuedo inexplicable —dadas las circunstancias—. Julia Doyle, aunque
es soprano bien conocida, nos asombró una vez más con la pureza de su voz sin
impostaciones, ajena a molestos vibratos, su control absoluto de la
respiración, su inteligente proyección en la descomunal sala, su delicada resolución
de ornamentaciones, su impecable dicción.
Por lo demás, muy bien concebido el concierto, que exploró el impacto en Londres de la música instrumental de algunos de los máximos exponentes italianos —Vivaldi, Albinoni, Geminiani— en alternancia con arias de Handel de Theodora, Athalia, Esther y Deborah. Precioso fue el remate de la velada con el delicioso Silete vente, también de Handel. Como propina se nos ofreció una última aria del Caro Sajón, en este caso del oratorio Sansón.
Por lo demás, muy bien concebido el concierto, que exploró el impacto en Londres de la música instrumental de algunos de los máximos exponentes italianos —Vivaldi, Albinoni, Geminiani— en alternancia con arias de Handel de Theodora, Athalia, Esther y Deborah. Precioso fue el remate de la velada con el delicioso Silete vente, también de Handel. Como propina se nos ofreció una última aria del Caro Sajón, en este caso del oratorio Sansón.