Este
fin de semana hemos tenido ocasión de asistir en el Palacio de Festivales a un
peculiar programa protagonizado por el conjunto Les Dissonances, dirigido por
el gran violinista David Grimal: las Cuatro Estaciones de Vivaldi junto a las
Cuatro Estaciones Porteñas de Piazzola, que se interpretaron no en dos partes
con descanso, como en principio podría esperarse, sino de forma alterna y de
corrido. Es evidente que se trata de un programa muy conocido por el público,
de modo que los músicos hubieron de ingeniárselas para captar la atención del
respetable, y ciertamente lo lograron, pues se llevaron una ración generosa de
aplausos.
La
Primavera vivaldiana enlazó con el Verano Porteño y éste con el Verano del
prete rosso y éste a continuación con el Otoño Porteño y así sucesivamente
hasta cerrarse el concierto con la Primavera Porteña que había quedado
pendiente en primer término, en una buscada sensación de circularidad y también
con la astucia de empezar con el veneciano y terminar con el argentino, quien
se convirtió en el gran protagonista de la noche. El arranque con Vivaldi fue
cauteloso y detallista, con Grimal muy atento al fraseo y a las ornamentaciones
y a mantener un tempo equilibrado. La orquesta le secundó con volumen y
brillo, emitiendo un sonido verdaderamente jugoso y empastado. El Verano
Porteño desplegó más altos ánimos en el escenario, y los músicos realizaron una
entregada interpretación.
En
realidad, hay que aclarar que las Estaciones Porteñas fueron concebidas para el
célebre quinteto de Piazzolla (bandoneón, piano, violín, guitarra y
contrabajo), y que Les Dissonances atacaron una adaptación para cuerda
realizada en los 50 por el ruso Leonid Desyatnikov, colaborador de Gidon Kremer
y muy conocido por sus partituras cinematográficas (algo que se aprecia
sobremanera en «su» Invierno Porteño y que Les Dissonances, por cierto,
subrayaron con su ejecución).
Grimal es un violinista excepcional y además, desde su peculiar posición en el escenario, de cara al público, dirige la orquesta de forma sensacional. Por otra parte, el sonido de su famoso Stradivarius es una delicia. No obstante, el afán por el virtuosismo le pasó factura en varios momentos de la noche, en especial con Vivaldi, en el Allegro del Otoño y en el primer y tercer movimientos del Invierno, con falta de hondura, notas emborronadas y una progresiva e inapropiada precipitación. Piazzolla salió beneficiado en el duelo, con una lectura entusiasta y muy redonda en la que Grimal y la orquesta desplegaron firmeza y color. De Piazzolla fue también la generosa propina regalada por los músicos al público de Santander, que ovacionó con insistencia.
Grimal es un violinista excepcional y además, desde su peculiar posición en el escenario, de cara al público, dirige la orquesta de forma sensacional. Por otra parte, el sonido de su famoso Stradivarius es una delicia. No obstante, el afán por el virtuosismo le pasó factura en varios momentos de la noche, en especial con Vivaldi, en el Allegro del Otoño y en el primer y tercer movimientos del Invierno, con falta de hondura, notas emborronadas y una progresiva e inapropiada precipitación. Piazzolla salió beneficiado en el duelo, con una lectura entusiasta y muy redonda en la que Grimal y la orquesta desplegaron firmeza y color. De Piazzolla fue también la generosa propina regalada por los músicos al público de Santander, que ovacionó con insistencia.