En
el contexto del 75 aniversario de la muerte de Miguel Hernández y 90 de la
Generación del 27, y dentro de la 28 Muestra de Teatro Contemporáneo, ha
refrescado en Santander la compañía extremeña Guirigai Teatro su montaje Un
encuentro con Miguel Hernández, bajo la dirección de Agustín Iglesias; y decimos
«refrescado» porque la obra en realidad se estrenó ya en 2010, al hilo del
centenario del nacimiento del poeta.
El
planteamiento de Un encuentro es sencillo: exponer la biografía de Miguel
Hernández a través de la lectura dramatizada por tres personajes de varios de los poemas del oriolano, cuarenta en concreto, que se suceden en orden más o menos
cronológico, con una serie de «estaciones» perceptibles por una banda sonora
que nos va indicando en qué pasaje vital nos encontramos: infancia y juventud
(Granados), llegada a Madrid (Gershwin), compromiso político (Penderecki),
detención y muerte (Cage, Shostakóvich). Desde esta perspectiva tenemos ocasión
de apreciar la evolución estilística de Hernández, por otra parte bastante
natural, desde sus sencillísimas primeras composiciones juveniles hasta sus
poemas de amor y dolor más maduros, desgarrados y conmovedores. Tal vez ociosa
para el oído, aunque provechosa para el espectáculo —dado que encuentra ahí uno
de sus mejores momentos—, sea la etapa más politizada de la escritura de
Hernández, que pierde muchos quilates, en una afección desafortunada que
comparten otros poetas de generación.
El montaje viene lastrado por su carácter estático, demasiado amarrado a la enunciación de un poema tras otro; el reto no es sencillo y la instalación de Jean Helbing no ayuda a dinamizar la situación. Es cierto que hay un crecimiento según va avanzando la obra, y se agradece, porque la primera parte resulta muy monótona, con los actores clamando y deambulando sin orden ni concierto por el escenario. El propio recitado tiene sus altibajos en acentuación y hondura, muy perceptibles en los «poemas estrella». El trabajo de los actores —Magda García Arenal, Raúl Rodríguez y Jesús Peñas— resulta más sólido en la parte final, donde al menos se aprecia también una dirección más imaginativa. La clausura del espectáculo resulta abrupta, tal vez como la misma muerte. En todo caso, volver a Miguel es siempre necesario.
El montaje viene lastrado por su carácter estático, demasiado amarrado a la enunciación de un poema tras otro; el reto no es sencillo y la instalación de Jean Helbing no ayuda a dinamizar la situación. Es cierto que hay un crecimiento según va avanzando la obra, y se agradece, porque la primera parte resulta muy monótona, con los actores clamando y deambulando sin orden ni concierto por el escenario. El propio recitado tiene sus altibajos en acentuación y hondura, muy perceptibles en los «poemas estrella». El trabajo de los actores —Magda García Arenal, Raúl Rodríguez y Jesús Peñas— resulta más sólido en la parte final, donde al menos se aprecia también una dirección más imaginativa. La clausura del espectáculo resulta abrupta, tal vez como la misma muerte. En todo caso, volver a Miguel es siempre necesario.