MIRAR ATRÁS ES EL INFIERNO

En este año que va dando ya sus últimos coletazos se aúna la celebración de dos señaladas efemérides, tal vez no redondas en número pero sí gozosas en contenido: el 450 aniversario del nacimiento de Claudio Monteverdi y el 410 de la composición del Orfeo, una extraordinaria favola in musica —así llamada— a partir de un libreto de Alessandro Striggio, que bien puede considerarse la primera ópera de la Historia de la Música. En realidad, el concepto de la favola in musica ya daba para pensar que aquel invento tenía visos de ser diferente a lo que se había alumbrado hasta entonces: la notable incorporación de la teatralidad y el ruego expreso por parte del compositor, a través del personaje alegórico de la Música, de que se no se hablara y se prestara atención a la historia que allí se narraba, ciertamente eran materia nueva. Debe aclararse que la «ópera» de Monteverdi no fue propiamente la primera; en concreto, se ha señalado la existencia de una Eurídice y una Dafne previas (debidas ambas a Jacopo Peri) que, no obstante, se han perdido. En todo caso, hay acuerdo técnico y estético en aceptar el carácter iniciático del Orfeo monteverdiano: el genio delicadísimo del músico de Cremona trascendió absolutamente su propia época, y su «ópera prima» —nunca mejor dicho—, aparte de ser una auténtica joya, sentó las bases sólidas de un género que captó la afición de sectores cultos y populares por igual, y que aún en nuestros días es reina indiscutible en el corazón de los melómanos.
En todo caso, cumpleaños y óperas aparte, también continúa llamando la atención todavía hoy la persistencia del mito de Orfeo, con ramificaciones fuertemente ancladas en el amor, en la música y en la poesía. Orfeo encarna el amor fiel más allá de la muerte, que cuajará sobre todo a partir de la literatura helenística; Orfeo, inventor de la cítara, representa también el cantar benéfico, por contra al pérfido de las sirenas. El canto de Orfeo se halla en múltiples pasajes del Cancionero de Petrarca y su conmovedora voz ha quedado inmortalizada como «la voz a ti debida» en Garcilaso (verso tomado luego por Salinas en uno de los más célebres poemarios de amor de la literatura española). En su vertiente más culta, Orfeo está en el origen del fructífero tópico del descenso a los infiernos, que a su vez está en la base de la popular religión órfica de salvación. El de volver la vista atrás es un gesto muy clásico, y ese es sin duda el gesto que define a Orfeo, músico y poeta, que por rescatar a su amada Eurídice bajó a los infiernos y por mirar atrás, precisamente, hubo de darla por perdida para siempre. En esa mirada y en esa sima que se abre súbita en lo oscuro se sustancia la identificación de Orfeo con el Hombre universal. Porque, ¿qué hay más humano que la pérdida?
La suerte de Eurídice en esta historia estaba predestinada a cosechar poca fortuna. Eurídice es una ninfa, y como tal, por etimología, es un ‘venero de agua’, esa materia de que están hechos los eidola: es decir, etimológicamente también, los simulacros. Ese carácter de sombra es bastante premonitorio de la suerte que le ha sido destinada, a pesar de que Monteverdi se saque de la manga un deus ex machina para aliviar un poco la situación y de que Gluck se empeñe en dar a la historia un happy end con requeteboda incluida que en ningún caso el mito acepta. Porque el mito no sólo explica el mundo, el mito ha de ser también cruel como la vida misma, para que los hombres tengan conciencia de su precaria humanidad y no se ilusionen, y por ello Eurídice muere definitivamente y Orfeo es descuartizado por mujeres (al final, algo malo haría el buen poeta).
Pero antes de Eurídice hablábamos de la contemporaneidad de Orfeo, y para ello qué mejor que echar un vistazo al cine o la literatura. La contemporaneidad, que además tiende a la desmitificación caníbal de los mitos, acoge con cierta displicencia la tragedia de Orfeo en su vertiente amorosa, para centrarse en sus flecos más oscuros. De este modo, Eurídice suele aparecer como una vana distracción en la vida de un Orfeo entregado a la música o la poesía. Así lo presenta Tennessee Williams en Orpheus descending, donde Orfeo es un guitarrista que prefiere su instrumento a su mujer; por su lado, Cocteau, muestra a un Orfeo aburrido de su gris esposa y que prefiere el ideal de bella dama que es la muerte. En el cine, el Orfeo negro de Marcel Camus o Parking de Jacques Demy sugieren visiones turbias del mito relacionadas con el carnaval y con las drogas (Eurídice muere en Parking por sobredosis). La venganza de esta Eurídice menospreciada viene traída por la coqueta de Offenbach hastiada de la música de su esposo o por la infiel de Anouilh, que echa por tierra la edulcorada sentimentalidad del mito.
Silenciosos y radiantes desde las pinacotecas o los libros o las óperas o los retirados gabinetes, que son su nuevo Olimpo, los mitos lamen las orillas memoriosas de nuestra civilización contemporánea y siguen iluminándonos cada vez que desde el hoy miramos hacia atrás huyendo de las pérdidas.

UN DISCO


Claudio Monteverdi: Night. Stories of lovers and warriors. Rinaldo Alessandrini / Concerto Italiano. 2017.

En este Noche. Historias de amantes y guerreros se apela a los soberbios madrigales guerreros y amorosos monteverdianos, pero se también a los sentimientos extremos que se cobijan en las sombras de la noche: la pasión, la traición, la muerte. Rinaldo Alessandrini ha consagrado una parte esencial de su trabajo al estudio del maestro de Cremona, y sus grabaciones siempre han sido una referencia indiscutida, caracterizadas por su exigencia y rigor máximos. Uno de los mejores Orfeos que se precie en cualquier discoteca es suyo, y sus registros de los libros de madrigales son indispensables (a ver, por cierto, si Alessandrini se anima a terminar el ciclo). ¿Qué aporta entonces este nuevo disco? Pues, en síntesis, una selección de los más variados colores que nos ofreció en sus composiciones el maestro Monteverdi: hay piezas sinfónicas como la obertura del acto III del Orfeo que inicia brillantemente el disco y exhibe las credenciales de los fantásticos intérpretes, además de otras que van sirviendo de intermedios; y una alternancia de piezas monódicas y polifónicas, interpretadas a capella (en un preciosista y purista ejercicio) o bien con un sustancioso acompañamiento. El repertorio, sabiamente escogido por Alessandrini, ofrece en un amplio marco cronológico no solo bellísimos madrigales (en especial de los últimos libros) sino también algún Scherzo y el maravilloso Combattimento di Tancredi e Clorinda, que es sin duda una de las composiciones de guerra sofisticada y amor cortés más conmovedoras de la Historia de la Música. La interpretación subraya la oscuridad y ricas texturas y contrastes de las partituras, y posee un carácter teatral que seduce y atrapa. Alessandrini ha vuelto a hacerlo: grabar uno de los mejores discos del año, y uno de los mejores discos dedicados a la oscura noche del genio Monteverdi.