La contemporaneidad,
esa matrioska de múltiples ‘pos’ que nos circundan —la posverdad, la
posmodernidad, la posdramaturgia, la pos…—, nos mantiene cautivos en una
caverna en que lo grave no es ya permanecer, sino creernos falsamente que hemos
escapado. Con esa sensación salimos de la segunda cita de la Muestra de Teatro
Contemporáneo: Antes de la metralla,
el ¿montaje? de Matarile Teatro, capitaneado por Ana Vallés, que lanzando
dardos contra todas las falacias de la cultura —alta, baja o comoquiera que
sea— acaba por recibir uno letal en su propio corazón. La propuesta supone una
deconstrucción de la deconstrucción, un cuestionamiento de las respuestas a
todas las teorías que en la segunda mitad del XX concluyeron que era necesario
reformular lo «clásico» o «canónico». Porque en la búsqueda de una nueva
identidad se pierde el proceso de la identidad, porque en el combate de lo
arcaico se cae en la dictadura de la novedad y sus parásitos, porque entre la
teorización y la palabrería media escasa distancia. Antes de la metralla habla de todo esto y de más cosas —demasiadas e inconexas— y lo hace con arrojo
y humor, pero derriba muros que ya estaban derribados, y ahí radica su
debilidad. Desde un no-escenario con no-actores se intenta rescatar la
conciencia crítica del no-espectador y su participación activa en la no-obra. Un
discurso demasiado complicado y a la vez tan simple. Al final nos queda la
autenticidad de los miembros de Matarile y la catarsis, tan dionisiaca, de la
danza. Pudo ser más y mejor.