Yendo
hacia el norte de Inglaterra el viajero curioso puede encontrar un condado que,
aun sin alterar su estampa absolutamente british, constituye un completo
parque temático: se trata de Notthinghamshire, conocido como Notts por los
lugareños. Allí tienen merecida visita, entre diversas y bellas construcciones
de origen medieval, la Abadía de Newstead y la cercana iglesia de Santa María
Magdalena, y todos los años se celebra un festival de carácter literario-costumbrista-gastronómico:
la vida social y turística de Notts gira en torno a la figura de Lord Byron
como mantra perpetuo de celebración y orgullo.
La
Abadía de Newstead, en realidad, fue ocupada por el poeta inglés muy pocos años,
después de haberla heredado, junto con su título nobiliario, de su tío-abuelo
William, quinto barón de Byron. El hoy espectacular edificio, cuidado y
restaurado y con unos jardines de ensueño, era en el tiempo en que Byron la
habitó un lugar ruinoso, por su propio estado y también por las deudas que
pesaban sobre él, aunque al poeta le agradaba ese entorno extravagante y,
entonces, algo tétrico. Allí vivió Lord Byron con su madre, con alguna
institutriz con la que no solo aprendía disciplinas académicas, con amigos
entregados a excesos múltiples y con varios animales —en realidad, mantuvo
animales de compañía, exóticos incluso, a lo largo de toda su vida—, y allí
precisamente regresó al enterarse de la muerte simultánea de su madre —decisivamente
acongojada por la factura del tapicero— y de su oso, que fueron enterrados a la
vez, según cuenta con inolvidable gracia Giuseppe Tomasi di Lampedusa en su
peculiar biografía del excéntrico bardo inglés.
En
la hoy pintoresca iglesia de Santa María Magdalena, donde también se encuentran
los restos de Ada, su amada hija —genial matemática—, reposa el cuerpo de Lord
Byron, traído desde la Grecia en que tan absurdamente murió, como absurdamente
han muerto tantos poetas geniales en campañas similares. A Grecia se había
dirigido Byron, tras una existencia consagrada a los viajes incesantes, al
derroche, al sexo indiscriminado… siguiendo el llamado épico de una
insurrección nacionalista que quería acabar con el secular dominio turco. Al
impetuoso lord, que siempre se caracterizó por ir contracorriente no solo en
las convenciones sociales sino en los mandatos políticos, lo sedujo el discurso
heroico y romántico de un pueblo que clamaba por desencadenarse, de modo que se
apresuró a asegurar al Comité de Londres para la Independencia de Grecia que
comprometería su nombre y su patrimonio con la causa; fletó un mercante, se
abasteció de medicamentos y pólvora y se dirigió a la isla de Cefalonia. Corría
el año de 1823. Los turcos tenían el escenario ampliamente dominado y la verdad
es que los griegos estaban más inmersos en disputas intestinas por el poder
entre sus cabecillas que en la defensa de la libertad. Tras permanecer cinco
meses en aquel ambiente estéril, y viéndose incluso traicionado por una facción
griega aliada con los turcos, abatido y desilusionado, acabó por caer enfermo
en la ciudad de Missolonghi, presa primero de ataques epilépticos y a
continuación de vértigos y unas intensas fiebres; sangrado sin piedad por los
médicos —le pusieron sanguijuelas en las sienes y llegaron a extraerle dos
litros de sangre en dos días— falleció en menos de una semana, en 1824, a los
36 años de edad. Las iglesias griegas declararon un luto de 21 días por el
poeta y retuvieron su corazón, devolviendo el resto del cuerpo, embalsamado, a
Inglaterra.
La
figura de Lord Byron constituye aún un prodigioso paradigma de modernidad,
entendida en su mejor y en su peor sentido. Ajeno por completo a la restrictiva
moral del tiempo que te tocó vivir, navegó en las procelosas aguas de la locura
—probablemente heredada de su padre—, el dandismo, la marginalidad, el
desenfreno, la pasión, la violencia, el incesto —con su hermanastra tuvo una
hija—, el exilio voluntario y hasta la contestación política: en su primera
aparición en la Cámara de los Lores presentó un conflictivo discurso contra la
pena de muerte impuesta a unos trabajadores que se habían sublevado por sus
condiciones laborales y habían quemado unos telares. Por sus innumerables
amantes y costumbres licenciosas fue comparado con Nerón y Calígula y, al
morir, sus memorias autógrafas fueron inmediatamente destruidas por su esposa y
su hermana, como quien realiza un exorcismo. El bello Byron disfrutó alentando
su público malditismo y también lo rentabilizó; no en vano dedicó su obra más
extensa a la figura de Don Juan. Supo incluso convertir en magnético misterio
su defecto congénito: una hendidura en uno de sus pies que le produjo una
cojera perpetua, y que sin embargo atraía a las mujeres y suscitaba intriga por
desvelar, pues no se sabía con certeza, si la padecía en la pierna izquierda o
la derecha.
Extraordinariamente
brillante y hábil, Byron encarnó sin duda una de las personalidades
testimoniales más importantes y transgresoras del siglo XIX, como atestiguan su
biografía y su sustancioso legado de cartas y diarios, que también nos dejan el
retrato de un hombre profundamente comprometido con la literatura,
superviviente por igual a críticas arrebatadas y demoledoras, y con amistades
poéticas inquebrantables. Su secreto mejor guardado, sin embargo, no se
descubrió hasta después de su muerte: una caja en que atesoraba los minúsculos
retratos que mandaba realizar de todas las personas —amigos, amantes…— que
apreció a lo largo de su vida. Trescientos retratos custodiados en exquisitos
sobres de marroquinería —hoy pueden verse en el museo de Newstead— recordaban
constantemente a Byron en sus viajes que no hay equipaje menos prescindible que
el del corazón.
PARA ESPIAR
Lord Byron: Diarios. Alamut, 2008. 384
páginas.
En
los diarios de Byron, que abarcan su última década vital, queda de manifiesto
la agudeza de sus observaciones sobre su entorno literario, su fama meteórica y
su «esgrima» con los críticos y escritores del momento, pero también la
angustia que lo poseía por su relación con su hermanastra, el doloroso proceso
de deterioro de su matrimonio, seguido por el autoexilio y la pérdida de su
hija, las crónicas desde sus atalayas italiana, suiza y griega, y asimismo
muchísimos apuntes de carácter íntimo y de memoria juvenil. Un volumen
recorrido por la autenticidad y la
pasión.
G. T. Di Lampedusa: Byron. Nortesur,
2010. 96 páginas.
Delicioso
librito que aborda detalles de la biografía de Byron desde una perspectiva
absolutamente personal. No se trata de una biografía narrativa convencional,
sino de una aproximación a la personalidad del poeta inglés pasada por el tamiz
emocional del propio Lampedusa, resultando con ello una obra de singular
excepción. Se lee en un suspiro y deja el melancólico sabor de dos inmensas
personalidades literarias entremezcladas y a merced de un exquisito idealismo.
Un extraño tesoro.
Remando al viento. Dir.: Gonzalo Suárez. 1988.
DVD. 96’
Cinta
que recrea los personajes de Lord Byron (Hugh Grant), Mary Shelley (Lizzy McInnerny),
Percy Shelley (Valentine Pelka), Clara (Elizabeth Hurley) y John Polidori (José
Luis Gómez), en una noche real de 1816 en que todos ellos estuvieron reunidos
en la lacustre Villa Diodati en Suiza. De aquella velada surgieron
Frankenstein y El vampiro. Suárez trasciende la literalidad y hace suya la
anécdota, logrando realizar un interesante y metafórico fresco sobre la
creación, la angustia y el deseo. Una película muy singular y apreciable dentro
del cine español.