SORPRESA Y TRANSFIGURACIÓN DEL PIANO

La imprevista cancelación del concierto de Yuja Wang y Leónidas Kavakos en la programación del FIS nos trajo en la velada del lunes la posibilidad de escuchar al pianista de San Petersburgo Arcadi Volodos, con una variación sustancial en el programa: dos sonatas de Franz Schubert, la D959 en La Mayor, y la más conocida, y última del catálogo del compositor, D960 en Si bemol Mayor.
La noche se inició con una sorprendente aspereza y frialdad. Los drásticos ataques de Volodos al piano emborronaron un tanto la interpretación. Tratándose de una obra de notables brillo e intimismo, con un poético Andantino, la lectura de Volodos, aun en su apabullante precisión, transformó la partitura desde una obra de reflexión en un innecesario exhibicionismo.
Tras el intermedio, apareció el gran pianista que esperábamos y que acabó por conquistar al auditorio. La Sonata D960 se desplegó con diáfana transparencia y calculada estructuración. Volodos nos regaló un extraordinario nivel de concentración e introspección, que mantuvo a la sala en ese ideal inalcanzable de cualquier concierto que es el silencio absoluto. A pesar de un tempo tal vez excesivamente demorado, logró hipnotizar y cortar la respiración en el Andante Sostenuto, y desplegó alígera delicadeza en el Scherzo, para remontar hasta su casi violento virtuosismo característico en el Presto final.
El maestro reapareció en el escenario tras la merecida ovación final y ofreció nada menos que cuatro propinas: un exquisito Minueto de Schubert, el Intermezzo, op.117, 1 de Brahms y una arreglada Siciliana de Vivaldi, aunque encandiló a la sala sobre todo con su tercer bis, otro particular arreglo de la Malagueña de Lecuona.