La
66 edición del Festival Internacional de Santander ha dado este fin de semana
el pistoletazo de salida con caballo ganador: orquesta de probada solvencia —la
BBC Philharmonic Orchestra—, director competente —el entusiasta vitoriano
Juanjo Mena—, solista invitado apreciado por el público —Juan Pérez Floristán,
el pianista sevillano que se alzó con el triunfo en el Concurso de Piano Paloma
O’Shea hace un par de años— y programa muy clásico y muy conocido por el
respetable. En suma, una jornada inaugural en la que, a diferencia de la osada
y exitosa propuesta del año inmediatamente anterior, apenas cabía esperar
sorpresas —en efecto, no las hubo—, y que en cierto modo garantizaba la
satisfacción del público más tradicional.
La
noche arrancó con la archiinterpretada obertura de Egmont de Ludwig van
Beethoven, colocada estratégicamente en el inicio del concierto a modo de
«calentamiento»; una composición resultante de la atención del músico de Bonn a
la tragedia de Goethe, seducido por la idea del esfuerzo heroico del individuo,
a su vez trasunto de un pueblo valeroso, ante la adversidad de la injusticia
—por lo demás, un tema frecuente en él, como en otros autores de su siglo—. Hay
que decir que la orquesta y su director se mostraron en forma desde el
comienzo: arrancaron con una introducción bien fraseada y prosiguieron con
energía bien medida y fluidez, sorteando los excesos a que se prestan la
percusión y los metales. La obertura de Egmont es una obra que va ganando en
esplendor sonoro conforme avanza hacia su metafórico final, y Mena supo extraer
sin precipitación ese sentimiento de la orquesta.
La
Rapsodia sobre un tema de Paganini, op. 43 de Sergei Rachmaninov —la última
obra que el ruso escribió para piano y orquesta— acaparó el resto de la primera
parte del programa. Rachmaninov toma como base el último de los 24 Caprichos
para violín solo del virtuoso italiano, sobre el que cimenta sus 24
variaciones: un prodigio de composición en que tocata, fuga, vals… se van
alternando e invirtiendo, y que ha sido extraordinariamente bien recibida por
el público ya desde su estreno, hasta el punto de formar parte alguna de sus
variaciones —en particular la XVIII— de diversas bandas sonoras cinematográficas.
La lectura por parte de Mena del espíritu concertante de la obra fue acertada,
al no concebirla como una «oposición» entre la masa orquestal y el solista,
sino que optó por trabar una estrecha cohesión entre ellos. Así, en este caso,
Juan Pérez Floristán se vio unido en volandas al conjunto, sin restar un ápice
del monumental virtuosismo que la obra exige al pianista. Floristán —asombroso,
sin partitura— exhibió técnica y expresividad en su propio espacio, aun con
alguna invasión incidental de la orquesta. Mena, por su lado, realizó auténtico
encaje de bolillos con la masa orquestal, subrayando los momentos más vivaces e
irónicos de la partitura y deteniéndose a saborear cada variación. Tras el
aplauso merecido, Floristán regresó al escenario y ofreció una propina de
música contemporánea norteamericana que dedicó a su madre y a su mentor
musical.
La segunda parte del programa fue ocupada íntegramente por la Sinfonía Fantástica del francés Hector Berlioz, obra bien popular y conocida, y además muy lucida por su rica instrumentación, su extensa paleta pictórica y sus imaginativos contrastes, que la hacen muy apta para ser ampliamente disfrutada en una velada de inauguración. Mena sacó todo el brillo a la orquesta y fue creciendo en cada movimiento; en el «Baile» empezó a mostrar su potencial, pespunteando a continuación con sutileza los matices sugeridos por la «Escena en el campo» —brillante la intervención de la sección viento madera— y entregándose con entusiasmo a los sones distorsionadamente sombríos de la «Marcha al cadalso» y al fin, hasta con piruetas de su propio cuerpo —y partitura saltando del atril—, al intenso y retumbante «Sueño de una noche de aquelarre». Tras el catártico final, y la correspondiente y previsible ovación, el director relajó el ambiente con una envolvente propina de Enrique Granados: el delicioso «Intermedio» de las Goyescas.
La segunda parte del programa fue ocupada íntegramente por la Sinfonía Fantástica del francés Hector Berlioz, obra bien popular y conocida, y además muy lucida por su rica instrumentación, su extensa paleta pictórica y sus imaginativos contrastes, que la hacen muy apta para ser ampliamente disfrutada en una velada de inauguración. Mena sacó todo el brillo a la orquesta y fue creciendo en cada movimiento; en el «Baile» empezó a mostrar su potencial, pespunteando a continuación con sutileza los matices sugeridos por la «Escena en el campo» —brillante la intervención de la sección viento madera— y entregándose con entusiasmo a los sones distorsionadamente sombríos de la «Marcha al cadalso» y al fin, hasta con piruetas de su propio cuerpo —y partitura saltando del atril—, al intenso y retumbante «Sueño de una noche de aquelarre». Tras el catártico final, y la correspondiente y previsible ovación, el director relajó el ambiente con una envolvente propina de Enrique Granados: el delicioso «Intermedio» de las Goyescas.