DESLUMBRANTE Y EMOTIVA MADUREZ

Que una agrupación camerística decida abordar una cima musical como la integral de cuartetos de Beethoven es toda una declaración de intenciones (y capacidades). Es evidente que el Cuarteto Casals, con su fulgurante recorrido y tras haber cumplido sus veinte años en la música, está en el momento óptimo para acometer este proyecto. Así lo demostró en la noche del lunes en el Festival Internacional de Santander, con un programa conformado por sendos cuartetos beethovenianos, correspondientes a sus tres grupos cronológicos: el 5, op. 18/5 y el 10, op. 74 en la primera parte, mientras que la segunda parte estuvo dedicada al gran 15, op. 132.
La interpretación de los dos primeros dejó bien clara la evolución del genio de Bonn en este formato compositivo. En el 5 se situó Abel Tomàs como primer violín, cuyo instrumento es naturalmente luminoso, propenso a la vivacidad y al virtuosismo – aun con algún desajuste en el Allegro–, a tono con el espíritu alegre de la composición. En el 10 hubo cambio de sillas: Vera Martínez-Mehner pasó a primer violín, en un cambio de roles frecuente en el Casals y que en este caso se agradeció por el carácter interpretativo de Vera y la naturaleza del Cuarteto 10. En especial el primer movimiento, prodigio de tensión musical con sus pizzicati y alternancias en arpeggio, resultó de una asombrosa precisión y transparencia, evidenciándose en todos los movimientos la complicidad y perfecta compenetración de los instrumentistas, tanto en los apasionados diálogos de los violines como en el minucioso y elegante respaldo de Jonathan Brown y Arnau Tomàs.
Pero la joya de la noche fue sin duda el Molto Adagio del Cuarteto 15, en la segunda parte. Transmitiendo la trascendente luz del alma que Beethoven debía ansiar en mitad de la noche oscura de su sordera y de su reciente enfermedad, se sucedieron más de quince minutos de éxtasis musical, ejecutados con absoluta pureza. Solo por ese movimiento se hubiera justificado el concierto entero.
Gran noche de emoción y madurez la que nos regalaron los Casals, que quisieron cerrar con un vertiginoso bis: el Presto del Cuarteto 13, op. 130.