BARROCO DE CELEBRACIÓN

Con motivo del 250 aniversario de Telemann, la preciada formación historicista Academy of Ancient Music ofreció este viernes en el Festival Internacional de Santander un programa de celebración del músico de Magdeburgo que incluyó asimismo dos de los Conciertos de Brandeburgo de J. S. Bach, en concreto el Quinto, BWV 1050, y el Cuarto, BWV 1049, a  modo de apertura y cierre de la noche respectivamente.
No comenzó bien el concierto, con un Bach impreciso y opaco, que acusó la falta de coordinación de flauta travesera, violín y clave en el concertino. El hermoso pasaje central del BWV 1050, Affettuoso en si menor, logró redimir aun parcialmente esta impresión con una adecuada ejecución de las virtuosas partes contrapuntísticas para cémbalo (Alastair Ross). La escritura fugada y el ritmo de la giga en el tercer movimiento se solucionaron con más solvencia, permitiendo albergar esperanza creciente en el desarrollo de la noche.
La gran sorpresa, sin duda, la constituyó el Telemann que se atacó a continuación: el Concierto para flauta en mi menor, TWV 40:107, del que los miembros de la AAM ofrecieron una interpretación absolutamente luminosa. Las dos flautas solistas se compenetraron fantásticamente en sus vivaces trinos —fueron con justicia muy aplaudidas— y el resto de músicos exhibieron su color y frescura habituales en esta no muy conocida pero arrebatadora composición de Telemann.
Más frecuente es la programación de la Suite Burlesque de Quichotte para cuerda y continuo, obra también del magdeburgués, que se sirve de diferentes escenas cervantinas como excusa para traducirlas con todo tipo de efectos y cabriolas musicales: la melancolía por Dulcinea, el furioso ataque a los molinos, el trote contrastado de las cabalgaduras de Don Quijote y Sancho, el halagüeño sueño final del caballero… La AAM se mostró versátil y entregada en su interpretación, iniciando así con sumo acierto la segunda parte de la noche. Cerraba el programa el Cuarto Concierto de Brandeburgo, que se benefició del tono ascendente que fue adquiriendo la velada: concertino y ripieno fluyeron en perfecta compenetración, los violines regalaron hermosas ornamentaciones y el conjunto de los músicos, en pleno y visible disfrute —muy bien dirigido por Rodolfo Richter, en sustitución del previsto Pavlo Beznosiuk—, ofreció una brillante lectura de esta crucial, por avanzada, partitura bachiana. El ensemble ofreció una propina final en respuesta al aplauso del público.
Debe apuntarse la necesidad de mejorar los programas de mano. Dejando a un lado lo precario de su aspecto, no es de recibo que se omita el nombre de los músicos, como tampoco lo es que el texto de programa propiamente dicho resulte apenas legible por la deficiente puntuación y que además aparezca en una inaceptable tipografía en mayúsculas.