Con dirección de Andrés Lima sobre un texto de Luis Felipe
Blasco ha llegado en este fin de semana al Palacio de Festivales de Santander El jurado, un montaje con bastante recorrido previo por la cartelera teatral española. La
versión que se ha visto en Santander ha incorporado dos sustituciones en lo que
a actores se refiere: las de Pepón Nieto e Isabel Ordaz por Juan Perea y Paloma
Montero respectivamente. Se ha echado en falta a Nieto y Ordaz y nos ha sobrado
Perea, en evidente desventaja frente al resto del reparto, en líneas generales
muy correcto.
El jurado, aparte de remitir a su referencia más obvia —Doce
hombres sin piedad—, exhibe muchos guiños de la «factoría Lima»: la densa oscuridad
rota por una cuidada iluminación muy focalizada, la plataforma giratoria en que
se sucede la trama, la alternancia de acción normal y acción a cámara lenta… Es
obvio que Lima se siente cómodo con unos recursos que son suyos, que conoce
sobradamente, de modo que los maneja con propiedad. Es acertado el escueto pero
suficiente montaje —la mesa de deliberación del jurado—, buena la dirección de
actores —en todo momento mueve bien a sus nueve personajes, que nunca llegan a
abandonar el escenario, aunque a veces los relega hábilmente en una suerte de
gesto deambulatorio— y bien sostenido el ritmo de la obra; sus cien minutos de
duración, bastante homogéneos, se siguen con interés.
La historia que aborda El jurado, no obstante, no
sorprende, desde el momento en que recordamos su admitido referente. Es cierto
que a ratos se hace dura, porque las alusiones que contiene —fáciles de
identificar con algunos de los mayores escándalos de corrupción que hemos
padecido últimamente en España— nos siguen doliendo en el alma. El planteamiento,
sin embargo, es un poco de tertulia de salón: si es verdad que la corrupción es
insostenible, no es menos cierto que todos los ciudadanos en mayor o menor
grado, por múltiples condicionantes personales, participan de ella; también se
pone sobre la mesa lo instantáneo y viral de los juicios mediáticos.
Bien planteada desde el punto de vista del entretenimiento, la obra resulta en conjunto carente de profundidad: El jurado es más un desahogo emocional que una reflexión sólida. Aun con ello, funciona, que no es poco.
Bien planteada desde el punto de vista del entretenimiento, la obra resulta en conjunto carente de profundidad: El jurado es más un desahogo emocional que una reflexión sólida. Aun con ello, funciona, que no es poco.