Acaba de hacerse pública la
programación de la 66ª Edición del Festival Internacional de Santander. En un
primer vistazo, se agradece la línea general de calidad que, por fortuna, se
viene manteniendo desde que los nuevos programadores se hicieron cargo del
Festival: hay buenas orquestas y ensembles, buenos solistas, buenas propuestas
musicales. Este nuevo FIS 2017 resulta apetecible en su conjunto. Ahora bien,
se detectan también un par de vicios que reclaman atención y que no parecen tan
difíciles de solucionar. Uno es la falta de integración de espectáculos
paralelos en la programación: este año la danza se despacha con una recurrente
y aislada Carmen a cargo de la compañía de Víctor Ullate, y la inclusión del
espectáculo Aire ni siquiera atiende a un criterio coherente; el FIS, o es
variado —con todas las consecuencias— o es exclusivamente musical (lo que
parece más correcto), pero esta fórmula deslavazada no acaba de convencer. El
otro problema es la reiteración de artistas —algunos excelentes, otros no
tanto— que ya han visitado el FIS en las convocatorias inmediatamente
anteriores; debería realizarse un esfuerzo por refrescar los elencos para huir
del déjà vu y de la dulce programación en zona de confort.
En cambio, es de agradecer la presencia
de nombres atractivos, bien interesantes y no escuchados en Santander como los
de Yuja Wang, Leonidas Kavakos o Renaud Capuçon, por solo citar algunos de los
«nuevos». También se agradece que se deje espacio a los músicos de Cantabria; el
mantenimiento de la apuesta por la música antigua y de cámara, además con
excelentes representantes —Cuarteto Casals, Jordi Savall, Juan de la Rubia,
Ariel Abramovich, Mariví Blanco, La Galanía…—; así como el abordaje de
programas con clásicos del siglo XX , a pesar de que sigue imperando el miedo a
los compositores vivos y el reinado absoluto de manidos repertorios orquestales
del XIX y aledaños. Entendemos que la captación de público debería pasar
también, precisamente, por una mayor sensibilidad hacia repertorios próximos a
la contemporaneidad, e incluso por el rescate de obras poco programadas de los
autores más demandados por el público habitual.