Nacida en Kent de filiación desconocida, parece ser que
Aphra Behn fue adoptada a temprana edad por una familia que tenía especial
interés en escapar de las campañas de represión política y religiosa ejercidas
por Cromwell, y en tal huida llegaron hasta Surinam. En aquel entorno exótico
de plantaciones, tribus desconocidas y esclavos asistió la niña Aphra a
diferentes manifestaciones de conflictividad social; la abolición de la
esclavitud estaba aún lejos, pero las revueltas empezaban a producirse; este
difícil escenario cotidiano influirá en la niña vivamente. Con la prometedora decapitación
post-mortem de Cromwell, la familia regresa a Inglaterra, pero no por ello se
interrumpen las singulares vivencias de Aphra. La joven, de apenas veinte años
cumplidos, contraerá un matrimonio de conveniencia que le proporciona el
apellido por el que hoy la conocemos y que también dejará huella en su obra
posterior; un enlace que se zanja con la muerte prematura del esposo al cabo de
apenas dos años, tal vez por peste, tal vez —según las malas lenguas que
siempre persiguieron a Aphra— por causas turbias.
La Restauración de Carlos II conllevará, por una parte, una
relajación de las exigencias religiosas y morales, en reacción a la etapa
represiva y represora del Protectorado; por otra parte, el rey «recolocado»
tendrá necesidad de saber quién juega en su línea y quién no, y qué ardides
pueden tramarse en su contra desde los opositores emboscados en el exilio. En
ambos asuntos la viuda Behn desempeñará un papel importante, desde un punto de
vista político y social. Su despreocupación sentimental la situó bien pronto en
la órbita cortesana menos casta, a la que accedió por su don de gentes, por sus
devaneos superficiales con sucesivos nobles y por sus propios escritos, en los
que ensalzaba la liberalidad en las costumbres y cargaba ácidamente contra el
matrimonio, en especial contra el forzado, convirtiéndose con ello en una de
las primeras adalides europeas del libre consentimiento de las mujeres en las
relaciones amorosas, con casi un siglo de antelación a los textos europeos más
significativos en esta materia. Al hallarse además en la estela cortesana, y
gozando de la confianza directa de Carlos II, le fue encomendada una peculiar tarea:
espiar las maniobras de los conspiradores externos, para lo cual fue enviada a
Holanda bajo el nombre de guerra de Astrea; una etapa profesional de la que
Aphra regresó a Inglaterra con cuantiosas deudas propiciadas por reiterados
impagos de la Corona y una pena de prisión con que saldarlas.
Su incorporación a la vida «de paisano» le supuso la
necesidad de buscar un trabajo remunerado. Y qué dedicación podía ser mejor que
la escritura para una mujer avezada en letras y cuya propia vida constituía
toda una novela. Así fue como Aphra Behn se convirtió en la primera profesional
remunerada de la literatura, tarea en la que fue pionera precisamente por su
sexo y cuya retribución no se cuestionaba a sus compañeros varones. Su arrojo
lo reconocerá posteriormente Virginia Wolf en Una habitación propia, al
afirmar que todas las mujeres deberían peregrinar hasta su tumba para admirar a
quien había postulado desde una atalaya ética y profesional el derecho femenino
a la plena libertad de expresión.
Aphra Behn fue una escritora que no se plegó ante ningún
género: cultivó la poesía, el teatro, la novela, la traducción. Tampoco la
arredraba ningún tema y, tal vez sin saberlo, se convirtió en una pluma de
apertura, de reivindicación de la sexualidad de la mujer, de condena y sátira
de las convenciones tejidas para amordazar las libertades —en especial las femeninas—,
de convicción acerca de la dignidad de los esclavos y la necesidad de abolir su
servidumbre, de reflexión acerca de la naturaleza humana. Fue denostada y
desprestigiada por muchos de sus coetáneos, a los que resultaba incómoda su
desinhibición; Alexander Pope decía maliciosamente de ella que «la incomparable
Astrea sitúa a todos sus personajes en la cama».
Aphra Behn murió joven, con apenas cuarenta y nueve años,
incesante en su compromiso literario e intelectual. Después de más de trescientos
años continúa vigente su figura.
UN LIBRO PARA ESPIAR:
Aphra Behn: El
príncipe Oroonoko y otros relatos. Siruela. 536 páginas.
Antología de relatos de la autora inglesa, entre los que
destaca El príncipe Oroonoko, auténtica novela corta de tema revolucionario
en su momento: un africano, nieto de rey, esclavizado en Surinam, se debate
entre los conflictos derivados de su situación y el amor imposible hacia una
esclava codiciada por el amo. Oroonoko protagonizará una rebelión y terminará
torturado y descuartizado. La novela plantea diversos asuntos de interés: la
necesidad de abolicionismo en un periodo muy precoz, la teoría del buen salvaje
mucho antes de Rousseau, la reflexión sobre la dignidad del Hombre previamente
a Defoe. Con frecuencia se la ha tildado como la primera novela de la
literatura inglesa. Independientemente de lo preciso de esta afirmación, lo
cierto es que Oroonoko se sitúa en los balbuceos del género y supone una
total innovación en temática y estilo. En su día fue un éxito editorial que
contribuyó a reforzar la consideración de Aphra Behn como indiscutible
profesional de la literatura.