El hiperconocido realizador holandés inmortalizado por el ya lejano cruce
de piernas de la señora Stone —menos primaveral que intensamente veraniega—
vuelve a la carga con un thriller muy poco convencional y no muy comercial, de
cuidadísimo y controvertido guión. Rompiendo las reglas más burdas del género,
ese de personajes cliché y desarrollo de la acción previsible desde los
primeros minutos de metraje, Verhoeven nos plantea una cinta tan inquietante
como incómoda, muy bien administrada en cuanto a narración y a adrenalina,
también en cuanto a sugerencias y a resoluciones, que exhala un vago aire a lo
Haneke, y no solo por la identidad de su actriz protagonista. La historia, muy
bien hilada, bucea con dolorosa obsesión —dolorosa para el espectador— en la
personalidad siniestra de Michèle, encarnada con sublime y desgarrada frialdad
por una Isabelle Huppert totalmente apabullante que catapulta su personaje
hacia la perfección. Michèle es una psicópata destrozada y destructora, una
depredadora emocional de su entorno —no muy amable, por cierto—, que
conscientemente se aniquila y con ella a los demás. En el guión nos sobra
alguna historia paralela —en especial la del hijo no nos aporta nada en
absoluto—, quizá introducida por Verhoeven para relajar la descomunal tensión
que genera su carácter central: «Elle», ella, sin duda, que expone ante la
cámara la repulsión más honda, el abismo de una mujer que desconoce la piedad
porque le ha sido arrebatada en la niñez en un episodio deleznable. La banda
sonora pespuntea también con acierto el curso del filme, lo mismo que la
cómplice iluminación. Elle es
intensa, magnética, con destellos de cálida ironía. Verhoeven se lo ha pensado
antes de regresar, pero lo ha hecho regalándonos una excelente película.
Tráiler: