Este sábado en la Sala Pereda del Palacio de Festivales se
ha estrenado Casquería fina, última obra del recientemente fallecido Isaac
Cuende, cuya puesta en escena, a cargo de la sobradamente conocida compañía La
Machina, ha servido de homenaje no solo al propio dramaturgo desaparecido, sino
también como recuerdo a uno de los actores emblema de La Machina —Luis
Oyarbide— cuya pérdida sufrimos asimismo hace escasos meses. Por otra parte, la
compañía celebra en este año su 25 aniversario sobre las tablas, con lo que
Casquería fina ha supuesto, por añadidura, una nueva y «festiva» oportunidad
de subirse al escenario con una obra nueva.
El vínculo entre Isaac Cuende y La Machina tiene ya raíces
profundas, pues no es la primera vez que la compañía cántabra da cuerpo a un
texto del escritor. En concreto, esta Casquería fina es una suerte de
continuación de una propuesta bastante anterior: La sucursal, aunque puede
contemplarse de manera independiente. Sin embargo, si La sucursal estaba
protagonizada por tres hombres —Fernando Madrazo, Luis Oyarbide y Alberto
Sebastián—, en este caso al elenco se le han añadido dos mujeres —Patricia
Cercas y Rita Cofiño—, en tanto que Manuel Menárguez ha sustituido a Oyarbide.
Si hemos de ser sinceros, Casquería fina no funciona tan
bien como La sucursal. Si en esta se aportaba originalidad en el tema, con
una visión ácida y descarnada de la realidad bajo un prisma emparentado con el
absurdo, y subrayada por una metáfora muy bien desarrollada y explotada, en
Casquería fina la adición de personajes no añade nada nuevo al concepto que
ya se había expuesto entonces, salvo un tinte de misoginia y gore no exentos de
humor negro que, por cierto, acontecen de forma precipitada en los cinco
minutos finales, tras una hora de demorada acción.
Debe encomiarse el esfuerzo y entusiasmo de los actores por
sacar adelante un trabajo difícil. Todos están bien y ayudan a hacer más
«digestivo» el peculiar menú. Suponemos que la proyección final de los retratos
de Isaac y Luis es un detalle sentimental que desaparecerá cuando la obra gire
por otros lugares, pues puede resultar no competente para el espectador no
cántabro. También debería moderarse la presencia continua del estribillo del
acordeón, entre otras cosas porque su importancia en esta obra no es la que La
sucursal exigía y además fatiga sensorialmente al auditorio.
En suma, un homenaje sentido, trabajado y merecido el que ha dispensado a Isaac Cuende La Machina, que en sucesivas representaciones irá encontrando más exacta identidad.
En suma, un homenaje sentido, trabajado y merecido el que ha dispensado a Isaac Cuende La Machina, que en sucesivas representaciones irá encontrando más exacta identidad.