Hace escasamente un par de años el registro Passacaille
publicaba lo que prometía ser el inicio de una integral de las piezas para
viola da gamba de los Forqueray, realizada a cargo de Vittorio Ghielmi y Rodney
Prada a las violas, acompañados por Luca Pianca a la tiorba y Lorenzo Ghielmi,
hermano de Vittorio, al clave. Ese avance discográfico, titulado Forqueray, le
Diable, resultó ser realmente bueno y muestra de ello nos la dieron los mismos
músicos —agrupados en el ensemble Il Suonar Parlante— en el concierto
ofrecido en la noche del jueves en la Iglesia de Santa Lucía, dentro del ciclo
de Música Antigua de la UIMP.
Forqueray padre, Antoine, era en efecto conocido como «el
Diablo» no solo por lo difícil de su música, sino también seguramente por su
proverbial carácter violento. Lo cierto es que se vanagloriaba de entregarse a
la inspiración sin cumplir con el papel pautado, prodigándose en piezas
imposibles que, años más tarde, su maltratado hijo Baptiste publicaría
debidamente transcritas, quién sabe si para contrariar la jactancia su padre,
con quien la relación no había sido precisamente ejemplar.
En cualquier caso, es evidente que la música de Forqueray,
sembrada de arrebatos y solemnidades, de alardes y exquisitez, de osadía y
elegancia, hondamente francesa desde un sabor italiano, no es para un
intérprete cualquiera, pues no es solo virtuosa sino también profunda. Y desde
esta perspectiva, hay que decir que Vittorio Ghielmi, instrumentista tan particular,
sabe adentrarse en el mundo de Forqueray con paso seguro pero delicado, en un
singular equilibrio que tan díscola música invita a romper. Refinado en el
fraseo, atento al color, haciendo del adorno y la improvisación una virtud y no
un exceso, Ghielmi demostró ser un maestro de la técnica y la emoción, por otra
parte perfectamente complementado por el bajo de Rodney Prada, con quien
mantiene una complicidad interpretativa hechizante. A mi juicio, los pasajes de
ensimismado diálogo entre las violas fueron los más deliciosos de la noche y
donde mejor se subrayó el asombroso talento del músico diabólico; preciosa fue
también la interpretación de la seductora Musette de Forqueray hijo.
Lorenzo se desempeñó con solvencia en el clave, aportando un
grato timbre al conjunto, aunque su sonido quedó muy eclipsado por la
intensidad de la cuerda. Quizá quepa apuntar como lunares en la velada la
escasa implicación y musicalidad de Luca Pianca —nunca acaba de convencer el intérprete
suizo— y la proverbial humedad santanderina, que hizo sufrir mucho al ensemble,
en especial en el primer tercio del concierto. A cambio, la noche se cerró con
una entusiasta interpretación de esa pieza excepcional, Jupiter, precedida
por una ilustrativa explicación de su simbolismo y sus matices por el maestro
Ghielmi.
Y es que hay ocasiones en que también hay que dar al Diablo lo que es del Diablo.
Y es que hay ocasiones en que también hay que dar al Diablo lo que es del Diablo.