CELEBRANDO A CERVANTES

No puede decirse que en el año de Cervantes hayan proliferado los actos en su honor. Ha habido conmemoraciones variadas, evidentemente, pero no las suficientes ni, en general, del nivel que merece nuestro genio de las letras. Curiosamente, en el ámbito musical se ha prestado una mayor atención a las relaciones de Cervantes o de El Quijote con esta concreta manifestación artística, pues muchas son las referencias que de ella se hacen en la obra del novelista del Siglo de Oro. Así, está pendiente de inminente aparición un libro de ediciones Singulares (la colección músico-literaria del registro discográfico Glossa), a cargo de Emilio Pascual, sobre Cervantes y la música, aportación cuyo indudable rigor e interés presuponemos y aguardamos. En el mismo territorio de conexión entre las letras cervantinas y las músicas de su tiempo cabe circunscribir el programa que en la noche del jueves se pudo escuchar en el Paraninfo del Palacio de la Magdalena, dentro del Ciclo de Música Antigua de la UIMP. Los protagonistas fueron Capella de Ministrers y la soprano Delia Agúndez, que propusieron un concierto titulado Cervantes, El Quijote y la Música, articulado en cuatro secciones: un prólogo, dos partes y un epílogo.
Capella de Ministrers, bajo la dirección de Carlos Magraner, se caracterizan por el respeto a los proyectos que acometen, desde la partitura hasta el tratamiento histórico de las músicas trabajadas y su propia implicación en la transmisión de las mismas. En esta ocasión se echó tal vez en falta una breve introducción al porqué de su programa y su estructura, e incluso a la adecuada contextualización de las obras interpretadas, dada su heterogeneidad. No obstante, dejando a un lado este asunto, tanto Magraner (arco) como Robert Cases (vihuela y tiorba) como Pau Ballester (percusión) se comprometieron al máximo desde sus instrumentos, derrochando soltura y entusiasmo (muy en especial Ballester, castañuelas incluidas) a la par que respeto a las músicas. Al brío y lirismo combinados de las cuerdas, bien compenetradas, se añadió alguna osada improvisación, como la que se realizó sobre el célebre Yo soy la locura de Du Bailly (aquí Magraner sí realizó una advertencia previa), con acentos jazzísticos muy marcados (uso de escobillas en la percusión) sobre una pieza que es muy versátil y permite muchos registros.
En cuanto a Delia Agúndez, es una soprano lírico-ligera que exhibió un timbre destemplado en ciertos pasajes de registro agudo, sobre todo al comienzo de la noche (posteriormente atemperó mejor su instrumento), con algunas imprecisiones de color y vocalización y cierta rigidez en la declamación. A cambio, debe elogiarse su implicación dramática y su gracejo canoro, que se evidenciaron no solo en el propio programa sino en el bis que ofreció de Yo soy la locura, en que acarició a los músicos con voluptuosidad y se adentró en el patio de butacas, buscando dotar de intención a tan hermosa folía.