Grata fue la sorpresa que nos proporcionó en la tarde-noche
del domingo el programa ofrecido por el Borodin Quartet, inaugurando el Ciclo
de Cámara del LXV Festival Internacional de Santander. En esta edición, se ha
optado, creo que con acierto, por trasladar los conciertos de cámara a la Sala
Argenta. Esa acertada decisión logró que el concierto de esta noche pudiera
disfrutarse en su plenitud aun teniendo en cuenta la austeridad escénica que
supone un cuarteto de cuerda.
Los Borodin no necesitan presentación, pues su trayectoria
es larga y, tras varias y fructíferas décadas, sobradamente conocida por el
melómano. Sin embargo, sí fue sorprendente la elección del repertorio, poco
habitual en los auditorios, en especial en su primera parte. En concreto, el
conjunto se decantó por el Cuarteto en Sol Mayor, op. 33 núm. 5, Hob. III 41 de Haydn —el programa omite especificar que se trata del número 29, conocido
con el subtítulo «¿Cómo estás?»—, cuyo valor reside, entre otras cosas, en ser
prácticamente el primero en adoptar el nombre de 'cuarteto' como tal y en fijar
la composición instrumental clásica de esta formación camerística. El Cuarteto
29, no obstante ser brioso, fue ejecutado con total corrección pero sin
entusiasmo, con una cierta frialdad que lo hizo blando al oído del auditorio.
Quizá estaban los Borodin calentando, porque las piecitas
subsiguientes del Children's Album, op. 39 de Chaikovski, con arreglo para
cuerdas de Rostilav Dubinsky —primer violín del Cuarteto Borodin originario—
fueron realmente deliciosas; y es que esta obrita aparentemente insustancial —sucesión
de 24 breverías ¿para niños?— nos proporcionó pasajes verdaderamente
sorprendentes, delatores del talento de Chaikovski y del virtuosismo de sus
intérpretes. Exquisitas a mi entender fueron las de tema más propiamente
infantil —las 8 primeras— y asimismo las 23 y 24, de logradísima ambientación
en su fugaz duración. Una caja de bombones.
La segunda parte del concierto constituía el plato fuerte de la velada, con el conocidísimo y bello Cuarteto de cuerda núm. 2 en Re Mayor de Borodin, preciosa muestra del Romanticismo avanzado. Los rusos se crecieron y desplegaron aquí toda su maestría, haciendo alarde de técnica, emoción y una absoluta compenetración. Vladimir Balshin es una fiera contenida al chelo, demostrándolo en todo el cuarteto pero con exquisitez suma en el Scherzo y el Final. La viola de Igor Naidin brilló extraordinariamente en el Nocturno y el Final, tejiendo un precioso encaje con los violines de Ruben Aharonian y Sergey Lomovsky (segundo violín). Su pureza de líneas, colorido excelso y asombrosa precisión fueron premiados con un sonora ovación, a cambio de la cual los rusos nos obsequiaron con otra pieza de Borodin como propina, un movimiento de la Sérénade espagnole: broche cortés para una agradable velada rusa.
La segunda parte del concierto constituía el plato fuerte de la velada, con el conocidísimo y bello Cuarteto de cuerda núm. 2 en Re Mayor de Borodin, preciosa muestra del Romanticismo avanzado. Los rusos se crecieron y desplegaron aquí toda su maestría, haciendo alarde de técnica, emoción y una absoluta compenetración. Vladimir Balshin es una fiera contenida al chelo, demostrándolo en todo el cuarteto pero con exquisitez suma en el Scherzo y el Final. La viola de Igor Naidin brilló extraordinariamente en el Nocturno y el Final, tejiendo un precioso encaje con los violines de Ruben Aharonian y Sergey Lomovsky (segundo violín). Su pureza de líneas, colorido excelso y asombrosa precisión fueron premiados con un sonora ovación, a cambio de la cual los rusos nos obsequiaron con otra pieza de Borodin como propina, un movimiento de la Sérénade espagnole: broche cortés para una agradable velada rusa.