En la efeméride del 160 aniversario del nacimiento de
Sigmund Freud, el psicoanalista por antonomasia, cuya trascendencia cultural
innegable en el ideario contemporáneo de Occidente se está celebrando en este
año en diversos modos —libros, representaciones teatrales, homenajes diversos—,
una obra como La última sesión de Freud, dirigida por la siempre interesante dramaturga
británica Tamzin Townsend a partir de un texto de Mark St. Germain, no
constituye una redundancia; antes bien, depara una oportunidad edificante,
alejada de pedanterías, de recrearse en un contexto histórico fascinante del
que forman parte dos seductores personajes reales: el mismo Freud, en la que se
supone su última sesión apenas tres semanas antes de su fallecimiento por
suicidio en 1939, y el escritor y profesor de Oxford Clive Staples Lewis, que
estaba en ese momento a punto de saltar al máximo reconocimiento con sus
célebres Crónicas de Narnia.
Helio Pedregal y Eleazar Ortiz hacen exactamente lo que se
espera de ellos en una obra de estas características: dar la talla desde sus
posiciones encontradas en las que, sin embargo, hay un punto en común, que no
es otro que la humanidad de su profundísima civilización en una Europa que,
paradójicamente, camina hacia el horror. Quizá nos arrastra un poco más la
interpretación de Pedregal, pero también su papel es más agradecido, y lo
cierto es que sin el gran oponente que encarna Ortiz la función carecería de
sentido. Ambos están excelentes y además su interpretación se ve reforzada por
la sobria escenografía de Ricardo Sánchez Cuerda y la acertada iluminación de
Felipe Ramos.
En suma, una muy grata jornada, sin duda de las mejores en lo que se ha visto dentro de la muy irregular programación teatral del Palacio de Festivales de Cantabria en esta temporada.
En suma, una muy grata jornada, sin duda de las mejores en lo que se ha visto dentro de la muy irregular programación teatral del Palacio de Festivales de Cantabria en esta temporada.