Tras la Medea de la noche precedente, pudimos asistir este
domingo en el Palacio de Festivales de Cantabria a la escenificación de otro de
los títulos más significativos de la tragedia clásica: el Edipo Rey de
Sófocles, en versión y dirección de Alfredo Sanzol. Un Edipo, todo hay que
decirlo, bastante irreconocible, víctima de los más drásticos recortes en
texto, actores, escenografía, vestuario e iluminación. Si la tragedia original
de Sófocles avanza con sobria y estudiada sequedad hacia su resolución con un
tempo exquisito, el Edipo de Sanzol se estrella en una acción precipitada
que lo priva de su magistral esencia investigadora y en un revoltijo de
personajes que solo mudan de nombre, pero no de cara ni maneras. Y es que en una
misma mesa —donde, por cierto, nadie come ni se hace nada especialmente
relevante— se sientan Edipo, Creonte, Yocasta, Tiresias, Antígona, Ismene, un
sacerdote, un heraldo un mensajero, coro y corifeo, nada menos; siendo solo
cinco los actores, difícil es que estos se crean todos sus papeles, y en
consecuencia tampoco nosotros nos los creemos. Quizá tampoco ayudan las grises
vestiduras ni la iluminación cetrina.
Sanzol ha querido plantearnos una obra de texto, sin emoción,
sin importarle la distancia con el espectador. A priori, no sería desdeñable
la intención de haber llegado a puerto bueno, pero en tal caso Sanzol debería
haber realizado una versión más brillante del original y haber logrado que sus
actores dijeran el texto sin errores, olvidos ni tropiezos.
Debe agradecerse a Elena González su mayor implicación con
su personaje de Tiresias —otra cuestión aparte en el montaje es la de haber
asignado a mujeres papeles de hombres sin un motivo claro—. El Edipo de Juan
Antonio Lumbreras resulta muy vacilante, y no precisamente por sus pesquisas.
El resto del elenco está simplemente correcto.
En suma, un Sófocles de bolsillo, sin ironía ni tensión, que no pareció Sófocles.
En suma, un Sófocles de bolsillo, sin ironía ni tensión, que no pareció Sófocles.