La
ley del mercado, 2015. Stéphane Brizé. El hombre es un lobo para el hombre. Más
allá de la obvia vampirización a que el capitalismo empresarial somete al
individuo, en un sistema implacable en que no tiene cabida el disidente,
tampoco el fracasado, La ley del mercado pone de relieve la
crueldad de las piezas más pequeñas del engranaje: el funcionario incompetente,
la soberbia empleadilla de banca, el impasible maestro de barrio, el compradorzuelo
avaricioso, el obtuso seleccionador de personal... se erigen en brazos
ejecutores del sistema desde la seguridad que les otorga su efímera posición
privilegiada dentro del mismo. Incluso los ya desempleados se unen para
destrozar a otro ejemplar de su especie, para hacer astillas del árbol que,
como ellos mismos, está ya en tierra. Rodada con sobria y seca cámara
documental, sin ejercicios estilísticos, se subrayan los abrumadores silencios
y miradas de un gran Vincent Lindon (mejor actor Cannes 2015) junto a la
efectiva naturalidad de un elenco de actores no profesionales. La cinta sigue
con cierta morosidad los denigrantes preliminares de su protagonista hasta
sumirlo en el asunto principal. Está bien lograda en general la contextualización,
aunque quizá se va la mano en el sentimentalismo en las escenas familiares. La
ley del mercado es una película sobre un hombre absolutamente normal
al que el paro sobrevenido por una indigna operación empresarial le pone ante
la decisión de humillarse hasta lo inaceptable por seguir en el sistema o
permanecer limpio en la precariedad. Una película, por desgracia, dolorosamente
real. El neorrealismo italiano ha vuelto. Habrá que preguntarse por qué.
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