Los grandes personajes de nuestra literatura son
muy grandes. Un Quijote, un Buscón, un Lazarillo... son de por sí excelsos,
conmovedores e inmortales, de forma que es difícil voltearlos para que lo sean pero
de otra manera. Hace muy pocos días lo experimentamos en Santander con el Tenorio, y es
que este tipo de revisiones se están realizando sin cesar, incluso con gran éxito,
como en el caso de Helena de Troya, con la Virgen María... o ahora con
Celestina.
Entiendo que el valor de estas «contraversiones»
estriba en mostrarnos aspectos del personaje que no se subrayaron en el
contexto de sus obras. En el Ojos de agua que acabamos de ver en la Sala
Argenta (expresión tomada de unas palabras de la propia Celestina que aparecen
en el original, de Rojas o de quien fuera, y de la que tal vez se abusa en el
montaje sin necesidad) se parte de una ficción: Celestina, tras ser acuchillada
por los criados de Calisto para sustraerle el oro obtenido por los servicios prestados
para lograr el amor de Melibea, malsobrevive a la agresión en un convento
salmantino, donde en sus últimas horas y en apología de absoluta libertad
relata a las monjas su vida y milagros, intercalándolos con pasajes de La Celestina original. Este aspecto admonitorio se acentúa con una disposición muy cercana
del público, situado en doscientas sillas colocadas junto al escenario y al que
se interpela con frecuencia.
El pseudomonólogo de Celestina (decimos «pseudo»
porque se alterna con intervenciones de un fantasma de Pármeno —Fran García—que
tan pronto hace de tal como de narrador como de Calisto como de Pleberio como
de cantante) oscila entre el siglo XV y el XXI, con intención de atraer al
espectador hacia la actualidad de un personaje que busca complicidad en un
escenario desnudo que bien podría haberlo estado más. Los acompañantes de Charo
López pudieron quedarse en casa sin que nadie los echara en falta y ella... es
una gran actriz que lleva el agua a su molino, que nos enternece casi como una
abuela, aunque quizá se queda demasiado en lo obvio y no acabe de ganarse que
la llamen Celestina.