Hubo un tiempo en que el teatro servía de cantera a los grandes
directores de cine para realizar adaptaciones que garantizaran un éxito cierto,
a partir de textos conocidos y admirados por el público. Últimamente, por el
contrario, con la innegable prevalencia de lo visual, es el recuerdo de
películas más o menos populares el que proporciona material para montajes
teatrales con garantía de «tirón» comercial. El hijo de la novia, dirigida
por Garbi Losada, en producción de Pentación —tal vez demasiado presente en la
programación del Palacio de Festivales en las últimas temporadas—, se inscribe
en esa estela de propuestas que apelan al cine, y en concreto al bien recordado
título de Castets y Campanella que triunfó con Aleandro, Alterio y Darín hace casi
quince años.
Si traducir teatro en cine encierra dificultades por la obvia diferencia de lenguaje, abordar el camino inverso es aún más arriesgado si no
se cuenta con un texto poderoso. Lamentablemente, no es el caso de El hijo de
la novia que se vio este fin de semana en la Sala Pereda. Me pregunto por qué
abunda tanto el taco gratuito en determinado repertorio del teatro español.
«Gilipollas» y «mierda» fueron términos muy, pero muy repetidos en la noche;
también hubo «cojones» y otras alusiones groseras. Al margen de lo soez, el
trazo del texto es muy básico y hasta redundante: «Esto es increíble. Esto no
se puede creer», declama gravemente Rafael, entre otras sutilezas. Otro tanto
ocurre con la estructura: ¿por qué, verbigracia, tras el infarto de Rafael se
monta otra escena únicamente para que salga Nati a explicarnos que su novio ha tenido un
infarto, por si alguien no se había percatado? Teatro comercial no tiene por
qué ser teatro desmañado y torpe.
Sobre un decorado tresenuno que hace las veces de
restaurante, salón e iglesia (¡!), se mueve un elenco parcamente dirigido del que
destaca con mucho Álvaro de Luna, anciano Nino, que defiende su papel con
dignidad y proporciona los minutos más llevaderos de la obra. Tina Sáinz, a
pesar de su notorio esfuerzo, no logra cuajar como la esposa enferma de
Alzheimer. Juanjo Artero como Rafael no convence, está perdido por completo en el papel.
Mikel Laskurain salva la piel en su doblete de «gracioso» lo mismo como Juan Carlos que como Tacho.
Sara Cozar como Nati tiene bastante con entrar y salir del escenario de manera innecesaria y continua. En fin: que hay ocasiones en que el cine no es buen
aliado.