En la noche final del verano llegó a Santander la última
representación del espectáculo Medusa. la guardiana, de Sara Baras, merecedor
tal vez, por su enjundia y concepto, de un escenario más noble que el Palacio
de Deportes del Sardinero.
Para quienes hemos visto a la gaditana ya en varias ocasiones este nuevo montaje ha supuesto una sorpresa. No tanto por su presencia escénica, tan característica,
ni siquiera por su excelente cuerpo de baile y los espléndidos músicos que la
acompañan, que son marca de la casa; sino por el tema y por el planteamiento
que la bailaora ha hecho del mismo: el rescate del mito de Medusa desde su inicio,
rastreando su origen de bella sacerdotisa violada por Poseidón y condenada a la
soledad, el destierro y el horror al verse transformada en Gorgona abominable
que torna en piedra a todo el que la mira y a todos los que ansían obtener su
cabeza serpenteada como trofeo de mágicos poderes. Se trata, pues, de un
espectáculo más atento a contar una historia —eso sí, en inevitable clave
flamenca— que al «baile por el baile».
Los varones en la literatura clásica son violentos y
cobardes, mientras las mujeres son más inteligentes pero pagan su don con un
destino fatal. La historia de Medusa alberga plena contemporaneidad. En un
mundo como el nuestro donde se ultraja a las mujeres diariamente y además son
culpabilizadas en un ejercicio de injusticia y cinismo intolerables, Medusa es
la guardiana de una honorabilidad arrebatada por una fuerza ¿varonil? tan
animal como indigna.
El espectáculo de Baras se presenta en dos partes: en la
primera, aparece la virginal Medusa feliz junto a sus compañeras, con un blanco
vestido-peplo de amplios vuelos que pronto serán segados; en esta parte también
se desarrolla la cruda escena de la violación, resuelta con teatral elegancia.
A modo de transición entre una parte y otra, sobrevienen escenas en que la
bailaora exhibe talento dramático en su interiorización de la humillación y el
dolor, siendo protagonista la expresión corporal, bajo una música de ribetes
cinematográficos. Un narrador hilvana el pórtico de la historia con su
continuidad y desenlace, desempeñando a su modo el papel del corifeo heleno. En
la segunda parte, Medusa Baras aparece con un premonitorio vestido violeta y
negro y el pelo, maldito por su suerte, suelto. Hay vistosidad en la escena de
las brujas y en la de los guerreros convertidos en piedra por la feroz Gorgona.
Debe destacarse el tenso e intenso número final —el enfrentamiento
Perseo-Medusa, en que ambos bailan, como es natural, dándose la espalda—, que
culmina con el reflejo y decapitación de ella.
Finalmente, Sara Baras dirigió unas palabras afectuosas al
público y le rindió un bonito bis, sacando a bailar a algunos de sus virtuosos
acompañantes y rematando ella misma la noche con un impresionante zapateado.
Baras dejó claro que Medusa puede tener alma flamenca en tanto mujer actual y
universal.