La Orquesta Barroca de Sevilla en el Festival Internacional de Santander, Sala Pereda.
La esperada Orquesta Barroca de Sevilla ha traído al Festival Internacional de Santander un programa integrado por los Brandeburgo
bachianos 3 (BWV 1048), 5 (BWV 1050) y 6 (BWV 1051), además de la Suite nº 2 en
si menor (BWV 1067). Un repertorio obviamente conocido mas no por ello carente
de atractivo.
Con el Tercer Brandeburgo la orquesta arrancó
con el brío entusiasta al que ya nos tiene acostumbrados. En la línea más
vívida con que se abordan últimamente ciertas composiciones del Kantor, los OBS
exhibieron un sonido robusto pero delicado, con cuerpo y bien bruñido, con
momentos de asombrosa nitidez en pasajes deliberadamente virtuosos. Con
semejante y gustosa impronta en los labios se pasó a abordar el Quinto, aunque aquí
con menor éxito, con una flauta travesera un poco pálida, algunos desajustes en
los tempi y ciertas desafinaciones (también es verdad que hacía calor en la
sala, pues ésta se encontraba prácticamente llena); las sobresalientes
cadencias del clave (Alfonso Sebastián), esenciales en esta obra en que el
teclado es el gran protagonista, salvaron una pieza que por lo demás se
sobrellevó forzadamente.
Tras el intermedio sobrevino la gran joya de
la noche, que justificó por sí sola la totalidad del concierto: el difícil
Brandeburgo 6, a la vez exótico y sombrío. Los instrumentistas, en absoluto
estado de gracia, demostraron el porqué de su reconocimiento unánime: tiempos
vertiginosos acometidos con pasmosa transparencia en connivencia con delicadas
texturas, conjunción emocionante de una instrumentación riquísima —qué gozo las
violas da braccio y da gamba, qué ataques del violoncello—, deliciosas ornamentaciones,
expresividad en carne viva en los pasajes lentos... Sencillamente, un Bach
extraordinario por su brillantez y hondura.
La noche se cerró con una bonita BWV 1067,
con la inspirada flauta de Guillermo Peñalver como foco de atención, que hizo
gala de un sonido terso y rico en agilidades, tal vez algo precipitado en la
Badinerie, pero mucho más redondo que en el BWV 1050; pudimos disfrutar de un
bello diálogo de cuerdas y un sólido bajo continuo. La pieza se complementó con
una hermosa propina, perteneciente a la bella Suite en la menor de Telemann,
también para flauta, con la que se nos dio ocasión de emparentar la obra de
Bach recién interpretada.
No puede dejar de mencionarse la exquisita
dirección de Andoni Mercero, atenta a lo sutil, a lo mordiente, al ímpetu, al
contraste, al color, a la complicidad y empaste de todos los miembros de la
orquesta, desempeñándose al tiempo como deslumbrante concertino con violín y
viola, de gestualidad y virtuosismo magnéticos. Un auténtico primer espada al
que no fueron en zaga los mencionados Sebastián y Peñalver, así como una
indesmayable Mercedes Ruiz, las violas da gamba de Rami Alqhai e Itziar Atutxa
o la carnosidad aportada por el contrabajo de Ventura Rico, sin desmerecer al
resto de instrumentos que la extensión de estas líneas nos impide detallar.