Sobre La mala memoria, última producción de Juanjo Seoane, en el Palacio de Festivales de Santander.
A partir de un texto de Muñoz de Mesa y con dirección de Fuentes Reta, La mala memoria aborda el reciente y escalofriante escándalo de los bebés que se sustraían a sus madres tras el parto para reconducirlos hacia adopciones ilegales.
Tan espinoso asunto se acomete mediante dos personajes veteranos que encarnan un pasado que quieren dejar atrás (el Doctor Nieto, responsable de varias sustracciones en una clínica madrileña, enfermo de un peculiar Alzheimer de quita y pon; y su comadrona y cómplice, de nombre Olvido en evidente referencia a su actitud) frente a dos jóvenes que son víctimas directas de aquellos sucesos (Luz, niña secuestrada, también de nombre tautológico, y Julio, su soso partenaire que Abril llamarse no pudo); unas víctimas que devienen, en la rocambolesca trama, mellizos entregados al incesto. Voilà. Este tanteo de fuerzas se resuelve de manera desigual, con preponderancia clara del sector más experimentado: Asunción Balaguer y Carlos Álvarez-Novoa defendieron con rotunda prestancia sus papeles, aportándoles una viveza que en otras pieles se hubiera resentido. Esto último es precisamente lo que ocurrió con Ruth Gabriel y Liberto Rabal, endebles y previsibles, que con precaria interpretación contribuyeron —Rabal en especial— a decolorar unos textos ya insulsos y toscamente pergeñados, puestos al servicio de un argumento tan hueco como inverosímil.
La resolución del montaje es pobre y carente de imaginación, y cede a un agotador sistema de transición de escenas, a base de continuos fundidos en negro. Sería deseable que La mala memoria puliera sus notables defectos en el recorrido que le espera, pues la seriedad de su tema bien merecería un tratamiento menos superficial.