ALEGRÍA EN PALACIO


En la visita a España en este 2013 del canadiense Cirque du Soleil, Santander ha sido seleccionada para acoger una de las últimas representaciones, tras veinticinco años de gira, del espectáculo Alegría. Aunque el Cirque du Soleil suele viajar con su propia carpa, en este caso su actuación ha tenido lugar en el Palacio de Deportes, menoscabando así el espíritu circense pero ganándose a cambio visibilidad para el espectador. 
Aunque el Cirque du Soleil es ya sobradamente conocido por su inteligente fórmula de éxito —ausencia de animales y protagonismo absoluto de gimnastas de élite, payasos elegantes y músicos versátiles, todos ellos investidos de un profundo sentido teatral— lo cierto es que cada espectáculo se ha diferenciado por la exploración de terrenos dispares como lo infantil, lo erótico, lo reflexivo, lo onírico…. 
Alegría es un trabajo con concesiones importantes a lo visual y lo musical. La banda sonora es extraordinaria: lejos de constituir un mero acompañamiento de la acción escénica, las bellas canciones, interpretadas en directo por una voz robusta pero aterciopelada y sin imposturas y por unos excelentes instrumentistas, nos permiten realizar un viaggio musicale intercultural, con escalas en el fado, el jazz, el tango, el pop, la canción francesa, los sones de oriente… Estéticamente, se ha optado por un entorno barroco lato sensu: un jardín palaciego fastuoso y fantástico, con aire versallesco y reminiscencias en algunos de sus personajes (magníficamente vestidos, por cierto) de la Alicia de Carroll. 
El hilo argumental —el gatopardesco contraste entre los coletazos del viejo orden y los brincos del recién advenido— se anuda y desanuda con las presentaciones de un pérfido maestro de ceremonias jorobado, un bufón desorientado y una canora y cándida princesa con reverso oscuro; caras distintas de la Alegría que se suceden en una exhibición de proezas circenses —contorsionismo, aros, trapecio, fuerza, malabarismos de fuego…— y que a su vez se alternan con trabajadísimos números de payasos que relajan la tensión dramática y provocan la emoción del espectador e incluso su interacción. 
Alegría no es un espectáculo «hecho para gustar», sino que gusta por fuerza, pues nadie puede resistirse a la magia que irradian unos artistas de primerísima línea incardinados en un mecanismo de intachable precisión.