Con los últimos coletazos del verano se ha acercado a Santander en este lunes, dentro de la programación de la UIMP, el primer montaje como director de Juan Mayorga, desde cuya dilatada trayectoria teatral da otra vuelta de tuerca al oficio de las tablas con La lengua en pedazos, obra de cámara construida a partir del Libro de la Vida de Santa Teresa de Jesús que funciona a la vez como texto potentísimo y como efectivo duelo de actores.
A Mayorga se le nota encandilado por Teresa. No es para menos. En su aparente y arrebatada sencillez, la monja descalza trazó algunas de las imágenes más poderosas de la literatura española. Ese enamoramiento de autor se traduce en una lengua sopesada y trabajada —deuda imprescindible con el personaje—, en el rescate de algunos de los hitos más decisivos en la biografía de la santa abulense —puestos en sincronía a pesar de su distancia, con excelente criterio dramático—, en el retrato minucioso de la mujer iluminada, frágil, arrogante, comprometida, temerosa, desconcertada, herética, impulsiva. El complemento idóneo de este afecto lo constituye el personaje del Inquisidor, de algún modo abogado del Diablo de Teresa, espejo contra el que la monja se retrata en imparable escalada emocional.
Al tiempo que una colisión de caracteres, La lengua en pedazos es una colisión estética: la del discurso perfectamente hilado del varón dominante frente a la verdad atávica y entrecortada de la palabra femenina sometida. Un planteamiento intelectual con ramalazos wittgensteinianos que se resuelve con un atinado gesto místico de amor.
La desnuda cocina escénica, unida a una magnífica iluminación, subrayó el espléndido trabajo de Clara Sanchis y Pedro Miguel Martínez, que desde sus distintas atalayas ofrecieron pasajes de intensidad conmovedora.