Este fin de semana se ha podido asistir en el Palacio de Festivales al último reto escénico ideado por Andrés Lima: Elling, a partir de un texto del noruego Ingvar Ambjorsen que en 2001 se llevó al cine y hasta logró aspirar al Oscar como mejor película de habla extranjera.
Lima regresa por sus fueros con un tema escabroso —nada que en él sorprenda, lo mismo en Animalario que en sus propuestas individuales— y además con un nuevo duelo interpretativo. Hace meses vimos en Madrid su montaje de El montacargas de Pinter, que planteaba la relación entre dos personajes desquiciados. En este caso, con Elling reincide, aunque desde distinta perspectiva, en el cara a cara de dos sujetos con problemas psiquiátricos que obtienen una oportunidad para reinsertarse en el mundo real, extramuros del frenopático, a instancias de una medida de gracia del Estado.
Planteada así la cosa, era previsible la típica resolución edulcorada de un conflicto que permite al espectador abandonar la sala libre de toda culpa. Y no. Hemos encontrado un texto valioso, con secciones realmente interesantes, y un magnífico trabajo de la pareja Carmelo Gómez/Jordi Aguilar. Ambos están en verdad excelentes personal y recíprocamente en papeles no estereotipados: el primero como poeta frustrado agorafóbico y edípico; y el segundo como sujeto animalesco más preocupado por la cópula y el alimento que por cualquier indicio de espiritualidad. La sorpresa llega cuando el delirio de esta pareja, extraída del nosocomio y colocada de repente en la selva de la vida, no resulta tan discordante con ella. ¿En qué lado de la valla es preferible hallarse? ¿Puede decirse que hay siquiera valla? Debe destacarse también el excelente doble trabajo de Chema Adeva como el vigilante Frank y como el viejo poeta Alfonse, hábil y seductor en ambos registros.
Desde un montaje sumamente sencillo —dos camastros, dos sillas y una mesa con el público colocado próximo y en derredor, con una iluminación contrastada y fluorescente— Lima logra conmover con una historia equilibrada en humor ácido, ternura y reflexión, que da cuerpo a ese tópico enunciado tantas veces: que el mundo está al revés y que la vida es puro teatro.