LOGRADA NATURALIDAD


En una de las citas más consistentes de la programación del LXI Festival Internacional de Santander tuvo lugar en la noche del miércoles el recital pianístico del onubense Javier Perianes, con un programa dedicado a Chopin, Debussy y Falla. Muchos blancos en el patio de butacas de la Sala Argenta para un concierto que, sin embargo, fue justamente disfrutado por quienes eligieron asistir.
Hay que decir que la noche de Perianes fue in crescendo conforme fue avanzando. Los compositores polaco y francés ocuparon la primera parte del programa, en una alternancia que permitió apreciar las coincidencias y contrastes musicales entre ambos músicos, las deudas y legados existentes entre Romanticismo e Impresionismo. El Chopin elegido es grácil y nostálgico, pleno de cambios de color; así la Barcarola op. 60 o la inspirada nana Berceuse op. 57 o el Preludio op. 28 núm. 1. El Debussy más cultamente perfumado a la par que misterioso y etéreo quedó representado por el celebérrimo Claro de Luna de la Suite Bergamasque sugerida por Verlaine, ese L'Isle Joyeuse que remite a Watteau o el museístico Preludio núm. 1  «Danseuses de Delphes». El Chopin de Perianes se resolvió con un tono expresivamente ensimismado que tal vez perjudicó su agilidad si bien le hizo ganar en intimismo. Debussy sonó suave, elegante y enigmático, con esa fascinación tan propia del francés.
Pero donde realmente brilló Perianes fue en la segunda parte del concierto, dedicada íntegramente a Manuel de Falla. El pianista no es precisamente novato en la lidia con este repertorio, pues ya el año pasado grabó con HM un disco íntegramente dedicado al maestro gaditano. Falla encuentra en Perianes un cómodo puente hacia la sección más fresca de la modernidad. Respetando su marcadísima vena popular, logra al tiempo subrayar ángulos y sombras, tornando el costumbrismo en un tema más sobrio y profundo y eludiendo el mero exhibicionismo virtuosista en sí y para sí. La Fantasia Baetica, de una compleja textura armónica que intenta conciliar la evocación flamenca de la guitarra y el cante con el lenguaje impresionista, constituyó la pieza clave que, remitiendo a Chopin, trazó el cierre de un programa bien pensado, bien articulado y bien ejecutado. Y es que Javier Perianes, con sencillez y sin aspavientos, supo buscar el fondo más feliz del repertorio y hacer que calara con naturalidad en el público.