Raphaële Kennedy, soprano
Da Pacem
Virginie Descharmes, violín
Stéphanie Paulet, violín
Sylvie Moquet, viola
Marc Wolff, tiorba
Yannick Varlet, clave
Pierre-Adrien Charpy, órgano
Raphaële Kennedy y Pierre-Adrien Charpy, dirección
K617, 2011. 70' 16''
Disponible en www.amazon.es
Es sabido que Johann Sebastian Bach, ejerciendo en 1705 como maestro de capilla en Arnstadt, pidió cuatro semanas de permiso para desplazarse ¡a pie! —300 kilómetros de nada— hasta Lübeck y poder escuchar allí a Dietrich Buxtehude; previamente habían hecho el mismo peregrinaje Händel y Mattheson (aunque se sospecha que estos más bien pretendían sucederle en su cargo, y huyeron despavoridos ante la exigencia de tener que casarse con la hija del anciano músico). Parece ser que, en el caso de Bach, las cuatro semanas se transformaron en tres meses, hasta el punto de ser reclamado por la autoridad a la que se debía para regresar a su abandonado puesto; reclamación en vano: Bach volvió a Arnstadt cuando creyó oportuno. La música de Buxtehude no era para menos.
Así lo evidencia este magnífico registro de K617 en todas sus facetas: motetes, aires, plantos, piezas instrumentales... composiciones preñadas de ricos símbolos y referencias numéricas, en complicidad con los intereses intelectuales coetáneos del músico. Este disco nos ofrece una interpretación alígera (qué sensual espiritualidad la de la soprano Raphaële Kennedy), cálida, plena de color, que aleja de nosotros cualquier idea preconcebida acerca del rigor germánico. Y qué emoción ante los fugaces 8 minutos del «Klag-lied» final, música fúnebre concebida por Buxtehude como lamento por la muerte de su padre.
Carnal recogimiento es lo que desprende este disco: pura alquimia musical que, sin duda, puede contarse entre las más bellas grabaciones dedicadas al organista protestante.
Así lo evidencia este magnífico registro de K617 en todas sus facetas: motetes, aires, plantos, piezas instrumentales... composiciones preñadas de ricos símbolos y referencias numéricas, en complicidad con los intereses intelectuales coetáneos del músico. Este disco nos ofrece una interpretación alígera (qué sensual espiritualidad la de la soprano Raphaële Kennedy), cálida, plena de color, que aleja de nosotros cualquier idea preconcebida acerca del rigor germánico. Y qué emoción ante los fugaces 8 minutos del «Klag-lied» final, música fúnebre concebida por Buxtehude como lamento por la muerte de su padre.
Carnal recogimiento es lo que desprende este disco: pura alquimia musical que, sin duda, puede contarse entre las más bellas grabaciones dedicadas al organista protestante.