MESÍAS BRIOSO Y JUVENIL


Es indudable que El Mesías es una de las obras (tardías: ya de 1741) más populares de Handel, y ello por motivos varios: su singularidad frente a otros oratorios del compositor, la reflexiva poesía del texto en lugar de la preeminencia dramática habitual en el Caro Sassone, lo célebre de algunos de sus pasajes corales (en especial el enfático «Hallelujah») o las circunstancias casi legendarias de su composición (según algunos, el músico manifestó haberlo concebido por inspiración divina; según otros, tras su composición se restableció de una grave enfermedad, por lo que sus beneficios se dedicaban a hospitales y enfermos; su estreno fue multitudinario para la época —unas 700 personas— y fue la última obra que dirigió, pues murió prácticamente en pleno concierto en una de las ocasiones en que lo dirigió).
En 2009 se celebró en medio mundo el 250 aniversario de la muerte de Handel con programaciones ad hoc en los mejores auditorios imaginables. El Festival Internacional de Santander en aquel año debía de regirse por el calendario juliano porque nada programó al respecto. Hemos tenido que esperar pacientemente dos años para que el FIS se decida a incorporar a Handel a su programación, y además en un formato ciertamente curioso. Hay que admitir que El Mesías es una obra peligrosa de representar por tópica, por conocida, también por su complejidad musical y textual, por las mil y una versiones existentes (más y menos extensas) y por los criterios de interpretación (historicistas o no, instrumentaciones variadas…). Sin embargo, cuando leí que la orquesta encargada de la cosa iba a ser la Elbipolis de Hamburgo me picó la curiosidad al tiempo que una cierta garantía de calidad. En este mismo periódico reseñé hace ya un par de años un cedé de este ensemble barroco, por entonces joven (apenas una década) pero ya muy interesante, que acababa de grabar para el prestigioso sello Raumklang un delicioso disco dedicado a la música sufragada en los comienzos del XVIII por los mercaderes de Hamburgo. El coro de Schleswig-Holstein es eminentemente joven, lo que podía deparar todo tipo de sorpresas, mientras que los cuatro solistas no eran «de relumbrón». Pero al menos iba a ser un Handel historicista. Laus Deo.
La Orquesta Elbipolis confirmó en el escenario que su trayectoria se está consolidando con la brillantez que ya apuntaban en los años previos: entregado concertino, cuerda elegante y entusiasta al tiempo, órgano y clave apropiados, trompetas barrocas excelentes (qué buena demostración en «The trumpet shall sound»). El coro de Schleswig-Holstein resultó ser una grata sorpresa: equilibrados y bien empastados, en perfecta sintonía con la orquesta. A todo ello no resultaba ajeno algo que no puede dejar de mencionarse, como es la espléndida dirección de Rolf Beck: atento a los variados matices de la obra, a la comunicación fluida entre los diferentes elementos en escena (orquesta, coro, solistas), al ajuste perfecto de volumen entre voces e instrumentos, al subrayado de la expresividad. Beck resultó sabio y natural en una labor magnífica que realizó sin aspavientos.
En lo que se refiere a los solistas, hay que decir que hubo luces y sombras. El bajo Tomas Selc fue sin duda el más flojo de la noche, careciendo de control sobre su voz y pasando serias dificultades en las transiciones, aparte de encontrarse muy poco próximo a su cuerda. La mezzo Karolina Sikora lució una bonita voz, carnosa en centro y alto pero con carencia notable en los graves; voz por lo demás pequeña y con problemas de proyección, lo que le hizo padecer algún mal rato en ciertas arias (mucho fue lo que sufrió con la dificilísima «But who made abide the day of His coming»). La soprano Gunta Davidcuka mostró una voz ligera y capaz de ornamentar que, no obstante, tuvo más de un quiebro y exhibió un timbre frío y no precisamente bello. El mejor solista, con diferencia, demostró ser Sunnyboy Dladla: tenor elegante, fresco, naturalmente expresivo, de voz brillante y potente a la vez, con un bello y dúctil instrumento que ostentó plena flexibilidad; un tenor al que se debe seguir con atención porque augura gratas entregas en tiempo muy cercano.
La versión ofrecida, que fue bastante generosa —aunque sí presentaba algún recorte de arias y coros—, destacó por su brío e intensidad, con músicos gozosamente implicados en su quehacer. De donde resultó un Mesías tal vez no muy solemne pero sí vital, juvenil y refrescante, en el mejor sentido de estos términos. El concierto resultó un éxito y cosechó aplausos hasta el punto de casi obligar a los músicos a realizar un bis con el previsible «Hallelujah». Para que luego digan nuestros programadores que el Barroco es aburrido.