Hace tres días, varios integrantes –lo de “representantes” me parece tal vez demasiado pretencioso– del mundo de la cultura en sus diferentes manifestaciones (políticos, gestores, usuarios, impulsores, intermediarios, programadores…) fuimos convocados a una reunión sectorial con el fin de reflexionar sobre el rumbo inminente de la ciudad tras lo ocurrido en la jornada de autos del 30 de septiembre. Me parece interesante y apreciable ese gesto –siempre reunirse, hablar y reflexionar es provechoso–, si bien en este ocasión esa convocatoria adquirió un sesgo susceptible, como mínimo, de un breve análisis.
Gauguin contaba que cuando terminó su célebre “Quiénes somos, a dónde vamos, de dónde venimos” tuvo el pensamiento de suicidarse con arsénico. La obra había marcado un antes y un después en su existencia, o incluso más que eso: había marcado esencialmente un después imposible tras el lienzo. Tengo la impresión de que Santander vive presa de lo que podríamos llamar el “síndrome Gauguin” tras el rapapolvo del no-2016: parece, en efecto, que hubiera habido un antes y un después tras la decisión de presentar la candidatura a la Capital Cultural europea, una sima de la que emergimos arrastrados por un proyecto y en la que volvimos a caer cuando el proyecto fracasó. Todo eso se me antoja una ficción que, no obstante, suscita en algunos la impresión del suicidio de Santander como ciudad con aspiraciones culturales. Y cuando digo ficción no me refiero a que no haya en Santander carencias culturales (que las hay, y muchas, y muy serias), sino a que éstas no se van a solventar por haber o no pasado un corte en un concurso de medallas. “El sueño de Europa” fue un mal sueño del que nos despertaron con un capón y del que ya nos hemos sacudido las legañas. No deberíamos darle más vueltas a ese asunto… más allá de aprendernos la lección y evaluar las responsabilidades oportunas (ejercicios ambos que es dudoso que lleguen a llevarse a cabo). Y seguramente no deberíamos tomarnos la copa de arsénico. No todavía.
Quizá todo deba pasar por preguntarnos con honestidad quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos. Sostener que un proyecto aislado y esporádico ha provocado la sed cultural de una ciudad sería tan absurdo como, después de varios milenios de civilización, intentar arrogarse el descubrimiento de que el ser humano puede hablar. Son muchas las personas que trabajan en la cultura en esta ciudad nuestra. La inquietud, la necesidad y la actividad cultural ya existían antes del proyecto de capitalidad, en Santander y en Cantabria, con independencia de que, no estando incardinadas en el marco de un proyecto público, fuesen tenidas en escasa consideración. Y así, iniciativas como Artesles o Tanned-Tin, por citar dos de las más conocidas, representativas y secundadas, tenían varios años a las espaldas antes de ser defenestradas sin piedad, a pesar de las protestas de los muchos que en ellas participaban. Somos, entonces, una ciudad capaz de entusiasmarse con un festival de pop, con una programación artística original o incluso con un concierto de Cecilia Bartoli (frente a quienes piensan que ese tipo de cultura ya no genera expectación), sin necesidad de que nos lleven de la mano… y si nos dejan. Parece, pues, que ya teníamos hambre y sed antes de la llegada del proyecto que pasó veloz como el coche oficial de Mr. Marshall, dejando tras de sí sólo caras asombradas y una nube de polvo en Guadalix. Somos humanos y, en cuanto tales, tendemos naturalmente a la cultura; y si no la encontramos en casa salimos a buscarla en casa ajena. Pero de esto ya he hablado en otro día.
¿A dónde vamos? Si algo quedó bien manifiesto en la reunión sectorial ya mencionada fue la incertidumbre de los diferentes agentes respecto al futuro inmediato de la cultura en la ciudad. Incertidumbre acerca de la viabilidad de las infraestructuras planteadas (Espacio Cultural de las Artes Musicales, Centro Cívico del Río de la Pila, Pronillo, Centro Litoral Pedro del Mar, Mercado de Miranda, Ensenada del Arte en el Barrio Pesquero, Centro de Interpretación de la Torre de la Catedral, Museo de Prehistoria…), incertidumbre acerca de la inexistencia de una programación que dé sentido real a esas infraestructuras (algunas de ellas virtuales o pendientes de licitación, presupuestos… según fuimos clara y abiertamente informados), incertidumbre acerca de la auténtica entidad (no meramente arquitectónica) del que promete ser el “gran proyecto” de Renzo Piano en la bahía de Santander, incertidumbre incluso acerca de cuestiones “menores” mas no por ello carentes de importancia (el curso de los restos de la Plaza Porticada). La sensación que prima es la de que, además de contenedores, precisamos de contenidos; también de aliento y estímulo al impulso propio. Y que esos contenidos deben no sólo crearse en esos nuevos espacios, sino también renovarse y revitalizarse en el caso de los que ya existen y se encuentran en estado crítico, próximos al rigor mortis. En este momento, la cultura de la ciudad se halla en stand by. Debe desbrozarse un camino complejo en el que hay mucho por hacer. Tanto o más que en 2009, porque en 2010 no se ha construido nada que no hubiera: sólo se han abierto interrogantes.
El auténtico sueño de nuestra ciudad, tal vez, no ha consistido en el despertar de la ciudadanía a la cultura, sino en el descubrimiento del potencial de la cultura por parte de las instituciones. Veremos si somos capaces de mantener ese sueño en los tiempos por venir.
Gauguin contaba que cuando terminó su célebre “Quiénes somos, a dónde vamos, de dónde venimos” tuvo el pensamiento de suicidarse con arsénico. La obra había marcado un antes y un después en su existencia, o incluso más que eso: había marcado esencialmente un después imposible tras el lienzo. Tengo la impresión de que Santander vive presa de lo que podríamos llamar el “síndrome Gauguin” tras el rapapolvo del no-2016: parece, en efecto, que hubiera habido un antes y un después tras la decisión de presentar la candidatura a la Capital Cultural europea, una sima de la que emergimos arrastrados por un proyecto y en la que volvimos a caer cuando el proyecto fracasó. Todo eso se me antoja una ficción que, no obstante, suscita en algunos la impresión del suicidio de Santander como ciudad con aspiraciones culturales. Y cuando digo ficción no me refiero a que no haya en Santander carencias culturales (que las hay, y muchas, y muy serias), sino a que éstas no se van a solventar por haber o no pasado un corte en un concurso de medallas. “El sueño de Europa” fue un mal sueño del que nos despertaron con un capón y del que ya nos hemos sacudido las legañas. No deberíamos darle más vueltas a ese asunto… más allá de aprendernos la lección y evaluar las responsabilidades oportunas (ejercicios ambos que es dudoso que lleguen a llevarse a cabo). Y seguramente no deberíamos tomarnos la copa de arsénico. No todavía.
Quizá todo deba pasar por preguntarnos con honestidad quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos. Sostener que un proyecto aislado y esporádico ha provocado la sed cultural de una ciudad sería tan absurdo como, después de varios milenios de civilización, intentar arrogarse el descubrimiento de que el ser humano puede hablar. Son muchas las personas que trabajan en la cultura en esta ciudad nuestra. La inquietud, la necesidad y la actividad cultural ya existían antes del proyecto de capitalidad, en Santander y en Cantabria, con independencia de que, no estando incardinadas en el marco de un proyecto público, fuesen tenidas en escasa consideración. Y así, iniciativas como Artesles o Tanned-Tin, por citar dos de las más conocidas, representativas y secundadas, tenían varios años a las espaldas antes de ser defenestradas sin piedad, a pesar de las protestas de los muchos que en ellas participaban. Somos, entonces, una ciudad capaz de entusiasmarse con un festival de pop, con una programación artística original o incluso con un concierto de Cecilia Bartoli (frente a quienes piensan que ese tipo de cultura ya no genera expectación), sin necesidad de que nos lleven de la mano… y si nos dejan. Parece, pues, que ya teníamos hambre y sed antes de la llegada del proyecto que pasó veloz como el coche oficial de Mr. Marshall, dejando tras de sí sólo caras asombradas y una nube de polvo en Guadalix. Somos humanos y, en cuanto tales, tendemos naturalmente a la cultura; y si no la encontramos en casa salimos a buscarla en casa ajena. Pero de esto ya he hablado en otro día.
¿A dónde vamos? Si algo quedó bien manifiesto en la reunión sectorial ya mencionada fue la incertidumbre de los diferentes agentes respecto al futuro inmediato de la cultura en la ciudad. Incertidumbre acerca de la viabilidad de las infraestructuras planteadas (Espacio Cultural de las Artes Musicales, Centro Cívico del Río de la Pila, Pronillo, Centro Litoral Pedro del Mar, Mercado de Miranda, Ensenada del Arte en el Barrio Pesquero, Centro de Interpretación de la Torre de la Catedral, Museo de Prehistoria…), incertidumbre acerca de la inexistencia de una programación que dé sentido real a esas infraestructuras (algunas de ellas virtuales o pendientes de licitación, presupuestos… según fuimos clara y abiertamente informados), incertidumbre acerca de la auténtica entidad (no meramente arquitectónica) del que promete ser el “gran proyecto” de Renzo Piano en la bahía de Santander, incertidumbre incluso acerca de cuestiones “menores” mas no por ello carentes de importancia (el curso de los restos de la Plaza Porticada). La sensación que prima es la de que, además de contenedores, precisamos de contenidos; también de aliento y estímulo al impulso propio. Y que esos contenidos deben no sólo crearse en esos nuevos espacios, sino también renovarse y revitalizarse en el caso de los que ya existen y se encuentran en estado crítico, próximos al rigor mortis. En este momento, la cultura de la ciudad se halla en stand by. Debe desbrozarse un camino complejo en el que hay mucho por hacer. Tanto o más que en 2009, porque en 2010 no se ha construido nada que no hubiera: sólo se han abierto interrogantes.
El auténtico sueño de nuestra ciudad, tal vez, no ha consistido en el despertar de la ciudadanía a la cultura, sino en el descubrimiento del potencial de la cultura por parte de las instituciones. Veremos si somos capaces de mantener ese sueño en los tiempos por venir.