Cuando en un montaje teatral se combinan la exquisitez, la profesionalidad y el ingenio, sumado ello a un texto delicioso, el resultado es algo muy semejante a lo que pudo verse el viernes en la Sala Argenta del Palacio de Festivales de Cantabria: la Trilogia della villeggiatura (Trilogía del verano) del veneciano Carlo Goldoni, por cuenta del Piccolo Teatro de Milán en coproducción con Teatri Uniti, bajo la dirección del napolitano Toni Servillo.
Para los desconocedores de la obra, lo de Trilogía del verano podría sonarles a banalidad, máxime si además se barrunta que la cosa trata de vacaciones en el campo, amores, desamores y enredos un tanto vodevilescos. Nada más lejos de la realidad. El genio indiscutible de Goldoni –por algo revolucionó la concepción del teatro en su siglo, el XVIII– torna en drama conmovedor lo que empieza como frívola comedia, y en esa vuelta de tuerca ofrece una interesante reflexión sobre varias contradicciones seculares: las existentes entre el hombre y la mujer, entre la razón y el sentimiento, entre la conveniencia y el honor, entre la ciudad y el campo, entre la sencillez y la apariencia, entre la autoridad y la libertad. Todo ello mediante la presentación de unos personajes complejos, plenos de carácter y gracejo, de aristas y sinuosidades, que lejos de ser estáticos, de cartón-piedra, evolucionan audazmente al ritmo dictado por la trama hasta el punto de caer en lo contrario de lo que a priori de ellos se esperaba. Encontramos así a la mujer inteligente y libre que acaba sucumbiendo a las exigencias de su tiempo (Giacinta); al padre calzonazos y manipulable a quien zarandean su hija, sus invitados y toda laya de arpías y usureros (Filippo); al pretendiente vil y arruinado que sin embargo ama a la que quiere despojar de su dote (Leonardo); al avaro trotaconventos que bajo la máscara de la amistad sólo persigue el beneficio propio (don Fulgenzio); al enamorado sincero que sacrificándose desposa a la mujer que más detesta (Guglielmo); al vividor parásito que bota de hacienda en hacienda comiendo de cada anfitrión y despellejándolos a todos (Ferdinando); a la vieja viuda adinerada que, triste trasunto de Giacinta, acaba por rendir su rebeldía a las mañas del detestable Ferdinando (Sabina); a la mísera hiena cazamaridos que sin embargo no logra sus últimos propósitos (Costanza)… Los criados (Brigida, Paolino, Cecco) tienen un punto encantador, y resulta brillantemente hilarante la figura de Tognino, el oligofrénico estudiante de medicina que, a pesar de su aparente limitación, pone en evidencia con dedo histriónico a los desalmados que pululan por la historia.
Con todos estos ingredientes Goldoni cuece un guiso de primera categoría que hoy se degusta con placer en la mesa que sirven los actores del Piccolo Teatro milanés. Tres horas de espectáculo en italiano (con la debida subtitulación: por cierto, sin fallos) que pasan como un suspiro. Hay algunas escenas memorables, en especial en el segundo título de la trilogía (la partida de cartas es magnífica, el pasaje del bosque) por no citar la visita a la casa de doña Costanza en el tramo final de la obra. Los actores de casta se reconocen a distancia, y los del Piccolo lo son. La dicción es vertiginosa pero no atropellada, generando en escena una vivacidad extraordinaria; hay comicidad, ternura, dolor, burla… en cada una de sus voces.
Sería difícil destacar a unos actores sobre otros. Anna della Rosa (Giacinta) está descomunal, enseñándose suavemente hasta acabar por adueñarse de la obra; Andrea Renzi (Leonardo) está impecable y sostenido a lo largo de sus tres horas de trabajo; Toni Servillo (Ferdinando) aparece sencillamente maravilloso en su deleznable papel y lo mismo cabe decir del exuberante Paolo Graziosi (Filippo); el astuto Fulgencio se ve bien encarnado por el pausado Gigio Morra, y no desmerecen la crepuscular Betti Pedrazzi (Sabina), la pizpireta Chiara Baffi (Brigida) ni los breves pero apreciables Rocco Giordano (Cecco) y Francesco Paglino (Paolino); no debe tampoco dejar de mencionarse al espléndido Marco d’Amore (Tognino) o a Mariella Lo Sardo (Costanza), excelente en su estridente papel. Menor atención merecieron Giulia Pica (Rosina) y Eva Cambiale (Vittoria), aunque estuvieron correctas, y Tommaso Ragno (Guglielmo), tal vez excesivamente estatuario, aunque con unos recursos vocales bien aprovechados.
El buen hacer de actores se subraya con una dirección intachable, un vestuario adecuado y una escenografía limpia y natural, bien iluminada, que además funciona con precisión y elegancia. En definitiva, un espectáculo de altura que deja bien a las claras que los del Piccolo siguen siendo muy grandes... y que la inmolación de Giacinta no fue en vano.
Para los desconocedores de la obra, lo de Trilogía del verano podría sonarles a banalidad, máxime si además se barrunta que la cosa trata de vacaciones en el campo, amores, desamores y enredos un tanto vodevilescos. Nada más lejos de la realidad. El genio indiscutible de Goldoni –por algo revolucionó la concepción del teatro en su siglo, el XVIII– torna en drama conmovedor lo que empieza como frívola comedia, y en esa vuelta de tuerca ofrece una interesante reflexión sobre varias contradicciones seculares: las existentes entre el hombre y la mujer, entre la razón y el sentimiento, entre la conveniencia y el honor, entre la ciudad y el campo, entre la sencillez y la apariencia, entre la autoridad y la libertad. Todo ello mediante la presentación de unos personajes complejos, plenos de carácter y gracejo, de aristas y sinuosidades, que lejos de ser estáticos, de cartón-piedra, evolucionan audazmente al ritmo dictado por la trama hasta el punto de caer en lo contrario de lo que a priori de ellos se esperaba. Encontramos así a la mujer inteligente y libre que acaba sucumbiendo a las exigencias de su tiempo (Giacinta); al padre calzonazos y manipulable a quien zarandean su hija, sus invitados y toda laya de arpías y usureros (Filippo); al pretendiente vil y arruinado que sin embargo ama a la que quiere despojar de su dote (Leonardo); al avaro trotaconventos que bajo la máscara de la amistad sólo persigue el beneficio propio (don Fulgenzio); al enamorado sincero que sacrificándose desposa a la mujer que más detesta (Guglielmo); al vividor parásito que bota de hacienda en hacienda comiendo de cada anfitrión y despellejándolos a todos (Ferdinando); a la vieja viuda adinerada que, triste trasunto de Giacinta, acaba por rendir su rebeldía a las mañas del detestable Ferdinando (Sabina); a la mísera hiena cazamaridos que sin embargo no logra sus últimos propósitos (Costanza)… Los criados (Brigida, Paolino, Cecco) tienen un punto encantador, y resulta brillantemente hilarante la figura de Tognino, el oligofrénico estudiante de medicina que, a pesar de su aparente limitación, pone en evidencia con dedo histriónico a los desalmados que pululan por la historia.
Con todos estos ingredientes Goldoni cuece un guiso de primera categoría que hoy se degusta con placer en la mesa que sirven los actores del Piccolo Teatro milanés. Tres horas de espectáculo en italiano (con la debida subtitulación: por cierto, sin fallos) que pasan como un suspiro. Hay algunas escenas memorables, en especial en el segundo título de la trilogía (la partida de cartas es magnífica, el pasaje del bosque) por no citar la visita a la casa de doña Costanza en el tramo final de la obra. Los actores de casta se reconocen a distancia, y los del Piccolo lo son. La dicción es vertiginosa pero no atropellada, generando en escena una vivacidad extraordinaria; hay comicidad, ternura, dolor, burla… en cada una de sus voces.
Sería difícil destacar a unos actores sobre otros. Anna della Rosa (Giacinta) está descomunal, enseñándose suavemente hasta acabar por adueñarse de la obra; Andrea Renzi (Leonardo) está impecable y sostenido a lo largo de sus tres horas de trabajo; Toni Servillo (Ferdinando) aparece sencillamente maravilloso en su deleznable papel y lo mismo cabe decir del exuberante Paolo Graziosi (Filippo); el astuto Fulgencio se ve bien encarnado por el pausado Gigio Morra, y no desmerecen la crepuscular Betti Pedrazzi (Sabina), la pizpireta Chiara Baffi (Brigida) ni los breves pero apreciables Rocco Giordano (Cecco) y Francesco Paglino (Paolino); no debe tampoco dejar de mencionarse al espléndido Marco d’Amore (Tognino) o a Mariella Lo Sardo (Costanza), excelente en su estridente papel. Menor atención merecieron Giulia Pica (Rosina) y Eva Cambiale (Vittoria), aunque estuvieron correctas, y Tommaso Ragno (Guglielmo), tal vez excesivamente estatuario, aunque con unos recursos vocales bien aprovechados.
El buen hacer de actores se subraya con una dirección intachable, un vestuario adecuado y una escenografía limpia y natural, bien iluminada, que además funciona con precisión y elegancia. En definitiva, un espectáculo de altura que deja bien a las claras que los del Piccolo siguen siendo muy grandes... y que la inmolación de Giacinta no fue en vano.
Comentarios
Al leerte es como si me transportaras dentro de la sala y gozara de la función tanto como tú.
Ya sabes lo que me gusta leerte...
Tu sei grande, Ana, io sono piccolo
Un bacio con sapore a macarronni jajaja para variar de menú
Me alegra verte por aquí. También haberte hecho disfrutar.
Siempre un beso hacia el este.
Della villeggiatura