Bajo la excusa de realizar un homenaje a David Garrick, reconocido humorista inglés del siglo XVIII, Tricicle vuelve a los escenarios con un nuevo espectáculo que en realidad supone una reflexión en clave de humor sobre el humor; algo así como el cuadro dentro del cuadro, como un juego de cajas chinas, en el que a lo largo de una hora y media Tricicle va desarrollando una serie de sketches con el propósito expreso de estimular la risa en el espectador y sus benéficos efectos, casi con concepción terapéutica.
Que Tricicle es un trío más que experimentado, con muchas tablas en su haber desde que despegaran con aquel ya remoto Slastic, y con montajes verdaderamente reseñables, algunos de ellos deliciosos (Terrrific, Entretres), no es necesario decirlo a estas alturas. Por ello, tal vez, se detectó precisamente eso: muchas tablas en los catalanes y escasa innovación en el planteamiento de su nuevo espectáculo, Garrick, representado en la Sala Argenta del Palacio de Festivales durante los jueves, viernes y sábado pasados. Ataviados con bata, a modo de doctores risoterapeutas, y haciendo uso de una voz en off para fijar los diferentes estadios y tipologías de la risa, Gràcia, Mir y Sans fueron alternando esta condición clínica con algunas otras personalidades –unos amigos que se encuentran, un pintor y un impertinente ocasional, unos variopintos visitantes de museo, un fakir frustrado y cobarde, tres hombres embarazados…– en una sucesión de cuadros que, aun no desprovistos de una buena factura, tenían un algo de déjà-vu, de escenas en ocasiones entresacadas y retocadas a partir de espectáculos anteriores. Como elementos más novedosos cabe citar precisamente el recurso a esa frecuente voz en off, el empleo esporádico de la música o la introducción mesurada de elementos multimedia (la proyección central sobre las neuronas o las divertidas ecografías de los tres embarazados); elementos, por lo demás, puestos al servicio de unos números que no en todos, pero sí en algunos casos, se podrían calificar de previsibles.
No obstante lo cual, sería injusto decir que Garrick es un espectáculo desechable. Como apunté al comienzo, los Tricicle tienen tablas suficientes y buen hacer por arrobas; tanto, como para sacar a flote una obra que, no estando a la altura de otras suyas anteriores, tiene momentos que justifican sobradamente su visión y disfrute. Y lo cierto es que de la sala se sale sonriendo, lo que en definitiva es el propósito del trío catalán… aunque quizá por ello, no teniéndolas todas consigo, y al terminar el espectáculo, Gràcia, Mir y Sans se sitúan en las puertas de salida y se dedican a saludar personalmente mano con mano a los espectadores (contraviniendo así las recomendaciones de contacto contra la gripe A, que últimamente nos exhortan a querernos menos aún de lo que ya nos queremos, desterrando besos y abrazos de nuestro catálogo de expresiones afectivas); allí estaban, sí, a la puerta misma, quién sabe si para evaluar de cerca la tensión de nuestros músculos faciales, los responsables de la risa… y también en esta circunstancia del éxito de un espectáculo.
Que Tricicle es un trío más que experimentado, con muchas tablas en su haber desde que despegaran con aquel ya remoto Slastic, y con montajes verdaderamente reseñables, algunos de ellos deliciosos (Terrrific, Entretres), no es necesario decirlo a estas alturas. Por ello, tal vez, se detectó precisamente eso: muchas tablas en los catalanes y escasa innovación en el planteamiento de su nuevo espectáculo, Garrick, representado en la Sala Argenta del Palacio de Festivales durante los jueves, viernes y sábado pasados. Ataviados con bata, a modo de doctores risoterapeutas, y haciendo uso de una voz en off para fijar los diferentes estadios y tipologías de la risa, Gràcia, Mir y Sans fueron alternando esta condición clínica con algunas otras personalidades –unos amigos que se encuentran, un pintor y un impertinente ocasional, unos variopintos visitantes de museo, un fakir frustrado y cobarde, tres hombres embarazados…– en una sucesión de cuadros que, aun no desprovistos de una buena factura, tenían un algo de déjà-vu, de escenas en ocasiones entresacadas y retocadas a partir de espectáculos anteriores. Como elementos más novedosos cabe citar precisamente el recurso a esa frecuente voz en off, el empleo esporádico de la música o la introducción mesurada de elementos multimedia (la proyección central sobre las neuronas o las divertidas ecografías de los tres embarazados); elementos, por lo demás, puestos al servicio de unos números que no en todos, pero sí en algunos casos, se podrían calificar de previsibles.
No obstante lo cual, sería injusto decir que Garrick es un espectáculo desechable. Como apunté al comienzo, los Tricicle tienen tablas suficientes y buen hacer por arrobas; tanto, como para sacar a flote una obra que, no estando a la altura de otras suyas anteriores, tiene momentos que justifican sobradamente su visión y disfrute. Y lo cierto es que de la sala se sale sonriendo, lo que en definitiva es el propósito del trío catalán… aunque quizá por ello, no teniéndolas todas consigo, y al terminar el espectáculo, Gràcia, Mir y Sans se sitúan en las puertas de salida y se dedican a saludar personalmente mano con mano a los espectadores (contraviniendo así las recomendaciones de contacto contra la gripe A, que últimamente nos exhortan a querernos menos aún de lo que ya nos queremos, desterrando besos y abrazos de nuestro catálogo de expresiones afectivas); allí estaban, sí, a la puerta misma, quién sabe si para evaluar de cerca la tensión de nuestros músculos faciales, los responsables de la risa… y también en esta circunstancia del éxito de un espectáculo.
Comentarios
Creo que TRICICLE (como tú muy bien dices) sigue la misma política, y prefieren no fiarse de las críticas, y sí de comprobar personalmente si han tenido éxito, viendo las caras risueñas del público a la salida.
Pero después de treinta años de éxitos (desde Manicómic) también podría ser que salieran a despedir al público en señal de gratitud.
Besos