VERSIONES Y ORIGINALES

De la mano del director asturiano Etelvino Vázquez, al frente de Teatro del Norte, nos ha llegado en este fin de semana, enmarcado en la programación de la XIX Muestra de Teatro Contemporáneo exhibida en el Centro CASYC, un montaje titulado Emma, que toma como referencia imprescindible el relato Emma Zunz de Jorge Luis Borges. Y decimos que toma como referencia imprescindible este relato borgeano contenido en El Aleph por cuanto el montaje de Vázquez se estructura en torno a la peripecia de Emma Zunz, y alude a múltiples aspectos y extractos de la misma, añadiendo no obstante otros muchos elementos de su cosecha; o más exactamente, de la cosecha de Maxi Rodríguez, que ha sido el autor de la reconversión de esta Emma para las tablas, en una adaptación que ha contado con la presencia de una grande del teatro y la danza –Cecilia Hopkins– y asimismo con el actor Leonel Cisneros.
Que Emma Zunz no sea precisamente uno de los mejores relatos de Borges no significa que no haya que andarse con cuidado. El argentino taimado tiene mucha enjundia y hay que llevarle con sumo tacto o el tiro puede salir por la culata. La versión que propone Rodríguez es, como mínimo, discutible… y tal vez a ratos incoherente. Se supone que lo que ha pretendido Maxi Rodríguez es en cierto modo continuar la historia donde Borges la dejó, arrastrando a Emma a un suicidio que el ciego genial no dispuso para su personaje. Además de este suicidio impostado, el dramaturgo asturiano hace juegos malabares con la edad y circunstancias de Emma, al tiempo que entreteje una historia paralela que rellena la anterior de forma innecesaria –con la original ya teníamos datos suficientes–, y que más que historia parece callejón sin salida, por cuanto no encuentra el acomodo adecuado dentro de la trama. De este modo, los insistentes exabruptos contra la poesía quedan en eso, en meros exabruptos sin una correlación interna con el resto de la acción ni con el personaje principal. Se quiere ahondar, también, en los meandros de la venganza, en la emoción de una mujer ultrajada, pero esa emoción se estrella en el vacío. Entiéndase: no queremos decir con esto que no admitamos una variación a partir de una obra borgeana, sino simplemente que, si se aborda una reescritura, hay que estar muy seguros de cómo enmendar la plana a un clásico. Ardua tarea.
Nada que objetar a la hipersencillez de una propuesta escénica en que lo importante es la palabra, la gestualidad y la música. Etelvino Vázquez juega con éxito la baza de Cecilia Hopkins en un montaje que, en otro caso, se le hubiese caído de las manos. La actriz argentina volvió a alardear una vez más de su extraordinaria expresividad y buen hacer, aunque poniéndolo al servicio, como ya se ha sugerido, de una obra un tanto huera. La reiteración a alto volumen de ritmos percutidos –por otra parte, ninguna novedad en teatro– con el objeto de transmitir una sensación de angustia, de asfixia, desde el escenario hacia el patio de butacas, hubiera debido moderarse para evitar cierto cansancio y pérdida de funcionalidad, a pesar de su excelente traducción corporal por parte de Hopkins. La aparición de Leonel Cisneros, encarnando a todos los hombres que en la historia de Emma han sido, ejerce el papel de discreto acompañamiento.
En resumen, una obra con buenos mimbres que se extravía, no obstante, en el fragor de la hojarasca. Una poda concienzuda de innecesarios efectismos podría reconducirla hacia ese lugar donde los senderos se bifurcan y se abren los abismos del acierto y el error.

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