ACTOR GRANDE, OBRA PEQUEÑA

La tercera entrega de la Muestra Internacional de Teatro Contemporáneo, en su escenario habitual del CASYC, ha tenido como protagonista en este jueves al celebrado actor italiano Pippo Delbono, artífice del llamado “teatro de la rabia” y bien conocido por su incorporación a escena de “los otros”, los marginados, los derrotados, los heridos, los desechados por la sociedad comm’il faut: disminuidos psíquicos y físicos y famélicos mendigos suponen un ejército de actores tan impensado como revolucionario, cuyo espíritu se reflejaba inmejorablemente en ese Enrique V montado por Delbono hace ya quince años, invocando las fuerzas donde las fuerzas no existen para lograr una victoria pírrica… pero victoria.
Algún fragmento de ese Enrique V se dejó oír el jueves en el escenario del CASYC, en el nuevo montaje de Delbono, llamado en esta ocasión Cuentos de junio, en referencia insistente a una serie de experiencias vitales del artista coincidentes en el citado mes a lo largo de sus años. En esta ocasión Delbono se personó solo, acompañado únicamente por su gran presencia escénica, un velador, un par de botellas, un taco de hojas, un micrófono y un foco. El montaje, pues, escueto y desnudo, parecía convenir a lo que se pretendía de los espectadores: la asistencia a una velada de confidencias del actor sobre su propia vida ya desde su mismo nacimiento, sobre la construcción progresiva de su concepto de teatro como opción de libertad, sobre las presiones sociales que menoscaban al individuo, sobre la asunción de la homosexualidad, sobre las espinosas veredas transitadas entre el amor y la dependencia, sobre la convivencia con la enfermedad del sida, sobre la importancia de lo oriental y el budismo en su renacimiento, sobre experiencias extraídas a partir de anécdotas de su vida profesional, sobre su redención a través del encuentro con Bobó –singular personaje extraído de un nosocomio, “loco en la vida y cuerdo en escena”– que le incitó a plantear una nueva propuesta teatral en un paso más allá de lo convencional. Demasiados temas, tal vez, para una sola embestida.
Pippo Delbono demostró una vez más ser lo que es: un enorme actor. Y un fantástico comunicador. Desde el primer minuto se metió al público en el bolsillo, con un humor asequible y una voz cautivadora. Pippo cayó a lo largo de su obra en el recurso a varios tópicos sobre nacionalidades diversas (los genoveses, los franceses…) y él mismo no fue una excepción: su proverbial encanto italiano sedujo al respetable con facilidad pasmosa. Ahora bien, una obra de teatro no es tan sólo un actor y su capacidad de seducción. Una obra de teatro, para calificarse como tal, debe contar con un sustento sólido, en texto, estructura y recursos. Al menos. El planteamiento de Cuentos de junio es bastante sencillo: un monólogo en el que Delbono, interpelándose incluso por su propio nombre, hace un rápido repaso de su vida, o de sus avatares más notables, en un lenguaje coloquial, de conversación de café; es de apreciar el esfuerzo del actor para realizar la función en castellano. El discurso se interrumpe en ocasiones para dar paso a la inclusión de música, la lectura de algún texto o poema, el recuerdo de algún montaje previo (ahí entra Enrique V, verbigracia) o ceder el testigo a la gestualidad. Bien hasta ahí. Pero lo que no convence en absoluto es el modo de gestionar todo ese material, toda esa información, sobre las tablas. Partiendo de un texto absolutamente corriente y convencional, correcto en su naturalidad pero con escasos atisbos de ingenio, Delbono nos cuenta su vida durante casi dos horas. Algo que puede hacer nuestro mejor y más talentoso amigo a pocas vivencias excitantes que posea. Pero para eso no vamos al teatro. O, en todo caso, nos quedamos en casa viendo esa maravilla de Lauzon llamada Léolo (de la que Cuentos de junio se me antojó pálido remedo) y tendremos el gozo asegurado.
Por lo demás, algunas de las incursiones “extratextuales” resultaron un tanto extemporáneas (la escena de los chirriantes soplidos en la botella no la salvó ni el emocionante Summertime de Joplin), faltas de cohesión y, a veces, hasta desagradables, básicamente por una cuestión de decibelios. Se entiende que el actor necesite gritar para intentar comunicar –con “rabia”, precisamente– determinados sentimientos, pero de ahí a hacerlo con el micrófono encajado en la garganta puede mediar más de un tímpano roto. Delbono tiene voz más que suficiente para gritar sin necesidad de amplificación ni de volver tarumba al auditorio. Las heridas profundas, si lo son, sangran silenciosamente y sin estruendo, “tan callando”.
En definitiva, Cuentos de junio parece un espectáculo que le queda pequeño a las posibilidades de su actor. Al fin, la aparición en escena del propio Bobó, a modo de mera exhibición, redunda en lo previsible de un montaje que, contando con buenos mimbres para haber sido un acierto, se quedó en poco más del intento. En todo caso, ver a Pippo Delbono en su salsa y algunos momentos felices de la obra merecieron el paseo hasta el CASYC en la fría noche novembrina.

Comentarios