Alexandre Tharaud, piano-órgano positivo-espineta-clavicordio
Ensemble Orchestral de París
Andrea Quinn, directora
Harmonia Mundi, 2008. 64’02’’
Distribuye: Harmonia Mundi
Todas las obras presentes en L’Oiseau Innumérable son producto de una estrecha colaboración: la existente entre su compositor, Thierry Pécou, y el pianista al que están dedicadas, Alexandre Tharaud. Sin embargo, más allá de esa devoción dedicatoria existe también un intercambio estrecho en la concepción de las piezas, de modo que las sugerencias de Tharaud están presentes en pasajes y maneras de las mismas.
La obra que da título al cedé recibió en Francia en 2007 el Gran Premio de la Crítica a la mejor creación musical. Cuando Pécou habla de la trastienda de esta pieza –concierto en cuatro movimientos– dice que le inspira la ligereza de Mozart y el vuelo orquestal de Ravel. La soltura en el manejo de la masa orquestal no puede disputársele al francés: hay brillo, hay transparencia, hay un amplio sentido del espacio. Por el contrario, encontramos poco Mozart, y sí bastante Messiaen, Stravinsky, incluso Orff, además de minimalismo americano. Ritmos urgentes y obsesivos, percusión, misterio, son algunos de los ingredientes de esta parte plena de color. A continuación, las siete variaciones Outre-mémoire, alumbradas en 2004, nos trasladan al continente africano y a la trata de esclavos como reflexión de fondo, en una composición que apela nuevamente al minimalismo y asimismo a los ritmos africanos, en un discurso más reservado, más oscuro, también más concentrado y contundente, por otra parte con plena coherencia en función de su temática. A esta obra sigue el Petit Livre pour Clavier, que data de 1995 y que entronca su inspiración con la música italiana de Gabrieli o Frescobaldi; de la intervención de Tharaud se siguió la interpretación de cada uno de los cinco movimientos con un instrumento distinto, en la persecución de una suerte de historia del teclado. Por último, el disco se cierra con una zarabanda convertida en auténtica danza de la muerte, que se contrasta con la Sarabande de Rameau en la que lejanamente bebe.
En conjunto, se trata de un disco electrizante y enérgico, de registros variados, en el que Tharaud se desmelena a gusto y no sin gusto con la obra de este “niño mimado” de la música francesa contemporánea.
Ensemble Orchestral de París
Andrea Quinn, directora
Harmonia Mundi, 2008. 64’02’’
Distribuye: Harmonia Mundi
Todas las obras presentes en L’Oiseau Innumérable son producto de una estrecha colaboración: la existente entre su compositor, Thierry Pécou, y el pianista al que están dedicadas, Alexandre Tharaud. Sin embargo, más allá de esa devoción dedicatoria existe también un intercambio estrecho en la concepción de las piezas, de modo que las sugerencias de Tharaud están presentes en pasajes y maneras de las mismas.
La obra que da título al cedé recibió en Francia en 2007 el Gran Premio de la Crítica a la mejor creación musical. Cuando Pécou habla de la trastienda de esta pieza –concierto en cuatro movimientos– dice que le inspira la ligereza de Mozart y el vuelo orquestal de Ravel. La soltura en el manejo de la masa orquestal no puede disputársele al francés: hay brillo, hay transparencia, hay un amplio sentido del espacio. Por el contrario, encontramos poco Mozart, y sí bastante Messiaen, Stravinsky, incluso Orff, además de minimalismo americano. Ritmos urgentes y obsesivos, percusión, misterio, son algunos de los ingredientes de esta parte plena de color. A continuación, las siete variaciones Outre-mémoire, alumbradas en 2004, nos trasladan al continente africano y a la trata de esclavos como reflexión de fondo, en una composición que apela nuevamente al minimalismo y asimismo a los ritmos africanos, en un discurso más reservado, más oscuro, también más concentrado y contundente, por otra parte con plena coherencia en función de su temática. A esta obra sigue el Petit Livre pour Clavier, que data de 1995 y que entronca su inspiración con la música italiana de Gabrieli o Frescobaldi; de la intervención de Tharaud se siguió la interpretación de cada uno de los cinco movimientos con un instrumento distinto, en la persecución de una suerte de historia del teclado. Por último, el disco se cierra con una zarabanda convertida en auténtica danza de la muerte, que se contrasta con la Sarabande de Rameau en la que lejanamente bebe.
En conjunto, se trata de un disco electrizante y enérgico, de registros variados, en el que Tharaud se desmelena a gusto y no sin gusto con la obra de este “niño mimado” de la música francesa contemporánea.
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