Laberintos Ingeniosos
Lambert Climent y Lluís Vilamajó, tenores
Jordi Ricart, barítono
Pedro Estevan, castañuelas
Enrike Solinís y Xavier Díaz-Latorre, guitarras románticas
Xavier Díaz-Latorre, dirección
Zig-Zag Territoires, 2008. 61’
Distribuye: Harmonia Mundi
Xavier Díaz-Latorre, dirección
Zig-Zag Territoires, 2008. 61’
Distribuye: Harmonia Mundi
Con este Goyesca. Seguidillas boleras nos encontramos ante una nueva entrega del vihuelista Xavier Díaz-Latorre y su grupo, Laberintos Ingeniosos, después de su aclamado disco dedicado al compositor aragonés del siglo XVII Gaspar Sanz, que también apareció en el exquisito sello Zig-Zag Territoires. Xavier Díaz-Latorre, miembro de la Capella Reial de Catalunya y de Hesperion XXI, parece decidido a hacer aflorar los hitos más significativos y con frecuencia relegados de la música ibérica, objeto evidente del repertorio abordado por su agrupación, desde el Renacimiento al Clasicismo. En este caso, su atención se detiene en el guitarrista Ferrán Sors –Fernando Sor por estos lares–, barcelonés cuyos comienzos musicales se sitúan en el canto, en la Escolanía de Montserrat, aunque más tarde migró hacia la guitarra, logrando con este instrumento algunas de las composiciones más elegantes de la música popular española. Afrancesado de pro, entregado sin vacilaciones a las bondades del gobierno de José Bonaparte, decidió exiliarse a la vista del fracaso del experimento galo en la Península; desarrolló desde entonces fuera de España su exitosa carrera musical, y acabó muriendo no obstante en la indigencia, en París, en 1839.
El disco aparece estructurado a modo de recital, en tres actos y epílogo. Se trata de diecinueve brevísimas coplillas de tema crítico, amoroso o incluso picante –de autoría no especificada, aunque se especula con la firma del propio Sor– que distan un tanto de lo que hoy se entiende como “bolero”, como Fernando Sor especificó ya en su misma época, subrayando su origen adjetival y posteriores tergiversaciones. Cerrando cada uno de los actos se introduce una pieza instrumental; debe destacarse la bella fantasía para dos guitarras op. 41, “Los dos amigos”. La única mancha del disco consiste en la inclusión final del célebre “Aquellos ojos verdes” de Nilo Menéndez, bolero cubano que a nuestro juicio desentona bastante en espíritu, temática e incluso interpretación con el resto de cortes del disco, rompiendo su lograda homogeneidad. Bien timbradas y empastadas las voces de Climent, Vilamajó y Ricart, en una lectura de los textos llena de expresividad. Elocuente resulta el acompañamiento de Estevan a las castañuelas en algunas piezas (qué bonito en “Las mujeres y cuerdas”) y excelente la labor de Díaz-Latorre y Solinís a la guitarra.
Para enamorados del instrumento y el acervo cultural españoles por antonomasia.
El disco aparece estructurado a modo de recital, en tres actos y epílogo. Se trata de diecinueve brevísimas coplillas de tema crítico, amoroso o incluso picante –de autoría no especificada, aunque se especula con la firma del propio Sor– que distan un tanto de lo que hoy se entiende como “bolero”, como Fernando Sor especificó ya en su misma época, subrayando su origen adjetival y posteriores tergiversaciones. Cerrando cada uno de los actos se introduce una pieza instrumental; debe destacarse la bella fantasía para dos guitarras op. 41, “Los dos amigos”. La única mancha del disco consiste en la inclusión final del célebre “Aquellos ojos verdes” de Nilo Menéndez, bolero cubano que a nuestro juicio desentona bastante en espíritu, temática e incluso interpretación con el resto de cortes del disco, rompiendo su lograda homogeneidad. Bien timbradas y empastadas las voces de Climent, Vilamajó y Ricart, en una lectura de los textos llena de expresividad. Elocuente resulta el acompañamiento de Estevan a las castañuelas en algunas piezas (qué bonito en “Las mujeres y cuerdas”) y excelente la labor de Díaz-Latorre y Solinís a la guitarra.
Para enamorados del instrumento y el acervo cultural españoles por antonomasia.
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