ÓPERA DE UN SOLO ACTO

Con la representación del Samson et Dalila de Camille Saint-Saëns la programación del Festival Internacional de Santander entra en su recta final, abordando algunos de sus espectáculos más esperados. Prueba de ello es que la Sala Argenta se llenó completamente, constituyendo el único día hasta el momento en que se ha suscitado semejante interés en el público, dado que la ocupación ha venido oscilando hasta ahora entre el 65 y el 80 % del patio de butacas.
Así pues, esperada era esta representación operística, y tal espera se ha colmado con alguna satisfacción y también algunas decepciones. Dando por conocida la propia esencia de la obra de Saint-Saëns, específicamente vistosa y colorista, como corresponde a su inspiración temática y a su época de gestación, además de plena de contrastes (vencedores/vencidos, lujo/necesidad, corte/prisión, traición/confianza, violencia/amor, etc.), parecía fácil recrear escénicamente un espectáculo en que se subrayaran todos estos aspectos. Lamentablemente, hay que señalar que el montaje escénico no estuvo a la altura de una obra que, como ya se ha sugerido, se lo pone en bandeja a cualquier escenógrafo que se precie. Huyendo de colorines y estampas (lo que es de agradecer), Tiziano Santi recrea a cambio una escena sosa, estática y afuncional, con atisbos escasos de imaginación o abstracción conceptual, y con carencias evidentes. La división en dos plantas es injustificada, la escena de seducción de Dalila y Sansón tiene lugar en un misérrimo catre en el que cuesta imaginarse un lance amoroso, la recreación del altar y templo del gran dios pagano Dagón se ventila con una pequeña estructura de barrotes encima de la que se prende una humilde fogata… y el final, el apoteósico final que todos aguardábamos, se salda con un ligero balanceo de columnas que los filisteos, de estar allí de veras, hubieran atribuido a un Dios de Israel de nulo fuste. La dirección escénica, a cargo de Michal Znaniecki, no corrió mejor suerte, mostrando por un lado escaso conocimiento de las costumbres de los israelitas, y por otro lado tratando las relaciones entre personajes con pétreo hieratismo. El vestuario resultó excesivo en algunos pasajes, llegando incluso a dificultar la actuación de algún cantante (el Sumo Sacerdote pasó lo suyo para lidiar con la estrangulante gola con semitoca que le endilgaron), e incurriendo en extrañas anacronías entre los filisteos espaciales, el sacerdote de John Galliano y el Sansón con poncho y botas militares.

En lo que se refiere a los intérpretes hubo también luces y sombras. Qué duda cabe que se había despertado expectación acerca del desempeño del Sansón por José Cura. La presencia escénica del argentino es muy potente y magnética, tal vez hiperbólica, incluso desmesurada. En ese sentido, configura un personaje verosímil aunque con ciertos tintes de poseso, llamado a hacer las delicias visuales del público… e interfiriendo con ello en la percepción de sus cualidades vocales, que resultaron muy desiguales a lo largo de la noche. El primer acto fue muy poco afortunado, con voz incontrolada, registros bajos de color heterogéneo y agudos muy abiertos y destemplados. El segundo acto nos trajo al Cura más inspirado de la noche; el argentino pareció calmarse en su fogosidad locomotora para beneficio de su arte: a pesar de resultar demasiado lastimero en algunas estrofas, puede decirse que brilló en la que sin duda es el aria estrella de la ópera, “Mon coeur s'ouvre à ta voix”. En el tercer acto se constató nuevamente un ligero retroceso, mostrando algunos problemas, aunque por suerte no al nivel tan precario del acto primero. Mención aparte merece el francés del cantante, por momentos ininteligible, que hacía elucubrar con un contagio inusitado de la lengua hebrea.
El reto de Dalila para la mezzo Julia Gertseva fue importante; lo es, en realidad, para cualquier mezzo, por el variado colorido vocal del personaje y las cualidades interpretativas que deben desplegarse: sensualidad, maldad, pasión, desdén… Gertseva tuvo una aparición fría y vocalmente limitada, carente por completo de matices, y parca también en lo dramático; es decir, justamente lo contrario de lo que se requiere de ella. Al igual que su partenaire, creció inmensamente en el segundo acto, cuando al fin optó por desprenderse del tocado. En el tercer acto volvió a ponerse el gorro, con las consecuencias canoras previsibles; en todo caso, es cierto que su gran momento está en el acto segundo, y ahí se mostró brava y convincente. Su francés, aun siendo mejor que el de Cura, tampoco resultó de manual. El resto del elenco (Rucker, Luperi) desempeñó su papel en un tono entre meramente correcto y anodino.
Eliahu Inbal dirigió con suavidad adecuada a lo sensual de la partitura la orquesta del Comunale de Bolonia, tratando bien los tempi y subrayando sin excesos los momentos más intensos.
En resumidas cuentas, una noche operística irregular que, sin embargo, despertó encendidos aplausos por parte de un público quizá entregado de antemano a las pasiones de una historia bíblica inmortal.

Comentarios

Pablo J. Vayón ha dicho que…
Entonces, al final, fue el Cura el que se merendó, física y bíblicamente hablando, a la Gertseva, a la postre no más que una gatita mimosa, como esa de tu portada... -:)
Anónimo ha dicho que…
De eso nada, queridísimo. Cura no está para muchas merendolas, que se le ponen las migas en la glotis y luego le sale el Sansón que le sale. Gertseva no estuvo mimosa, sino pasota :-) El del lateral es gatito; ese sí que es mimoso, el muy tunante...