EL JARDÍN DE LAS DELICIAS VENEXIANAS

Acostumbrados como estamos al buen hacer del Festival Internacional de Santander, poco nos ha sorprendido la programación, en día y hora, de dos espectáculos simultáneos, dentro del ámbito de los Marcos Históricos: la integral de las Partitas para Violín de Bach, a cargo del violinista Ara Malikian, en la Iglesia de Santa María de Udalla; y el recital titulado “El Arte de Claudio Monteverdi”, interpretado por la agrupación La Venexiana que dirige el contratenor Claudio Cavina, en la Iglesia de Santa María de los Ángeles de San Vicente de la Barquera. Dado que el violinista libanés es habitual del verano comillense y que, en consecuencia, no son infrecuentes sus intervenciones por estos andurriales, era obligado asistir a la cita con La Venexiana, por otra parte garantía de placer asegurado. Había transcurrido mucho tiempo desde que Claudio Cavina había pisado Santander; años, en realidad, desde su ya remota asistencia al Otoño Musical. O tempora o mores. Lo cierto es que es de agradecer que el 7 de agosto interviniera La Venexiana en la Quincena Musical donostiarra, pues imaginamos que sólo tal proximidad facilitó que recalara en esta tierra un par de días más tarde.
El programa consistió en una selección de catorce madrigales monteverdianos, tomados principalmente de los Libros Sexto, Séptimo y Octavo, con sendas concesiones aisladas al Quinto (que de algún modo supuso un tránsito en la concepción madrigalista de Monteverdi, dos años antes de la aparición del Orfeo: T’amo mia vita) y al Noveno (de aparición póstuma: Bel pastor). Selección ciertamente atinada por cuanto recogió bastantes de las “flores” más conocidas y excelentes del músico de Cremona: el celebérrimo y conmovedor Lamento della Ninfa, la cuasioperística Addio, Florida bella, la hermosa romanesca Ohimé dov’é il mio ben o el petrarquiano Zefiro torna, entre otras canciones a cual más bella. El repertorio, en realidad, es dominado a la perfección por la agrupación italiana: además de ser responsable de la grabación completa de los nueve libros monteverdianos (tanto con Rinaldo Alessandrini y su Concerto Italiano, como posteriormente, integrando ya La Venexiana, una vez desgajados de aquel por asuntos “personales”), ha impartido recitales en numerosas ocasiones sobre la misma materia; incluso existe una recomendable grabación en vivo en el sello Glossa de un concierto suyo en Córcega, celebrado en el Auditorio de Pigna en 2002, con una gran mayoría de cortes coincidentes (si bien el elenco incluía entonces a Rossana Bertini y a Valentina Coladonato como sopranos y a Franco Pavan a la tiorba).
En la noche del sábado La Venexiana derramó su ración de esplendor habitual, aunque quizá deba subrayarse especialmente el magnífico quehacer de las sopranos, Roberta Mameli y Francesca Cassinari (intérpretes para Glossa de los Primo et Nono Libri dei Madrigali), que resultaron exquisitas no sólo por la belleza de su timbre, sino por la intensidad de su lectura y su plenitud de matices. Por otro lado, el extraordinario empaste y conjunción de sus voces, así como su espléndida técnica puesta al servicio de la emoción, dieron cuerpo a aquel ideal que Monteverdi expresara en su carta fechada en el invierno de 1616: “¿Cómo podré imitar yo el dialogar de los vientos si no hablan?, ¿cómo podré yo a través de ellos mover los afectos?”. La sección masculina (Claudio Cavina, contratenor; Giuseppe Maletto, tenor; Daniele Carnovich, bajo) resultó sumamente elegante aunque más comedida, destacándose tal vez su garbosa lectura de Gira il nemico insidioso (encantadora la expresividad de Cavina, previniendo contra las asechanzas del amor), a modo de delicioso scherzo giocoso. La tiorba de Gabriele Palomba acompañó con dulzura el vuelo refinado de unas voces que necesariamente transportaron al auditorio a los comienzos del siglo XVII.
Lamentablemente, la precariedad del programa de mano no permitió el seguimiento pormenorizado del repertorio. A diferencia de las convocatorias musicales de otros encuentros y festivales, en que suele proporcionarse al espectador el texto y traducción de las piezas interpretadas (es decir, un auténtico programa de mano), la organización del FIS estima que el auditorio conoce todos y cada uno de los madrigales de los nueve libros de Monteverdi, más los correspondientes textos originales de Petrarca, Rinuccini o Marino, además de los más minuciosos matices de la lengua italiana. Bien está suponernos tan inteligentes; pero bien estaría en reciprocidad que la organización llevara a cabo con idéntica inteligencia la confección de los programas. Una torpeza que, no obstante, no logró empañar la magia de un recital de primer orden, merecedor seguramente de escenario y difusión más amplios.

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