En este fin de semana ha tenido lugar en el Palacio de Festivales de Cantabria el estreno de la última obra de la compañía Ur Teatro, que ha querido conmemorar así sus veinte años de existencia con un montaje coproducido por la Comunidad de Madrid, el Ayuntamiento de Fuenlabrada y el mismo Palacio de Festivales: Dos caballeros de Verona, en particular versión y dirección de Helena Pimenta, ha supuesto un paso más en la reflexión acerca del mundo shakespereano, un mundo al que Ur Teatro se ha acercado en otras ocasiones con notables tacto y éxito; pienso en su Sueño de una noche de verano, que valió a la compañía el Premio Nacional de Teatro en 1993 y el Premio de la Crítica en el Festival de El Cairo, pero también en los montajes de Romeo y Julieta (Premio a la Mejor Dirección), Trabajos de amor perdidos (Premio ADE) o La comedia de los errores.
Dos caballeros de Verona no es una obra que cuente con una gran tradición escenográfica –en pocas ocasiones se ha representado– ni con demasiado aprecio por parte de la crítica. Esta (tragi)comedia en que pesa mucho más lo dulce que lo agrio, y tal vez más los errores que los aciertos –aunque alguno hay–, ni siquiera en su momento, allá por 1592 ó 1593, logró seducir al público. Ur Teatro la ha calificado con acierto como comedia de juventud; y sin embargo, Romeo y Julieta está escrita sólo un año más tarde y el Sueño dos años después, mostrando ambas una evidente superioridad. ¿Entonces? ¿Es Dos caballeros un arduo reto o bien camino llano?
Pese a mimbres tan precarios, Ur Teatro ha realizado un trabajo encomiable, con seguridad por su excelente conocimiento del universo del “cisne de Avon”, pero también –me atrevo a suponer– por una atenta lectura de Harold Bloom, que en su espléndida colección de ensayos sobre Shakespeare, La invención de lo humano (Anagrama), afirma literalmente: “Los directores y actores harían bien en montar Los dos caballeros de Verona como una farsa paródica, cuyos blancos serían los dos amigos veroneses del título”. Justamente desde esta perspectiva se plantea la versión de Helena Pimenta, quien, aun mostrando un respeto importante por el texto, incide de forma obvia en los aspectos más satíricos de la obra, subrayando en especial lo deleznable de los dos protagonistas, Proteo y Valentín, y su burdo enfrentamiento (ambos inician significativamente el montaje enfrentándose en un ring de boxeo, y “labrándose así su propia ruina”, por usar palabras de Auden).
Pimenta se trae la corte milanesa hasta los años 20 del siglo pasado, en un contexto burlescamente musical, refinadamente art decó y estrambóticamente mussoliniano, con favores repartidos dedocráticamente y la delación como forma de supervivencia. La ambientación original de la obra –los estertores del siglo XVI– se reserva en cambio para las intervenciones de la amada supuestamente virginal –Julia– y para el despliegue de ese magno personaje –el criado Lanza– cuyos atisbos de grandeza, en palabras de Bloom, la obra no se merece. Con semejante contraste temporal, estéticamente atractivo, enfatiza Pimenta el tradicional concepto “menosprecio de corte y alabanza de aldea”, enfrentando la honestidad de la ciudad pequeña (Verona, Julia y su amor leal, el mundo zafio pero sincero de los criados, también el bosque donde se da solución al enredo) a la perversidad de la gran corte (Milán y sus asechanzas, la sofisticación y disimulo de Silvia, las prebendas obtenidas por Proteo y Valentín con méritos dudosos).
A este heterodoxo, atrevido y, no obstante, elegante y atinado planteamiento escénico (a pesar de que desconcertara a muchos de los asistentes), cabe añadir la acertada dirección de actores y el trabajo de estos, que lucieron con entusiasmo –diría extraordinario entusiasmo– y brillantez, aun con algunas matizaciones. Muy bien interiorizado el trabajo de Sergio Otegui como Proteo, con una lograda dimensión de cinismo e ironía, y aunque se excede en pasión en algún arrebato esporádico, resulta espléndido. Gabriel Garbisu como Valentín cede algún tanto ante el potente trabajo de su rival, pero mantiene un alto nivel y supone un adecuado contrapunto que rebaja la acidez de Proteo. Miriam Montilla encarna una Julia quizá excesivamente casquivana, casi orgásmica en su declamación y ademanes, que induce a pensar en un intencionado efecto desmitificador de la castidad por parte de la actriz. Jesús Berenguer presenta con suma expresividad un duque (¿Duce?) esperpéntico, despojado de su autoridad original, en un personaje también revisado y revitalizado por la versión de Ur. De los criados, Jorge Basanta traza un maquillado Relámpago verdaderamente hábil e hilarante, en un cabriólico papel tan difícil como agradecido, en tanto que José Tomé brilla especialmente en su trascendente monólogo del perro Crab (que le acompañó en escena) y Lucía cumplió con gracejo su cometido. Jorge Muñoz como Turio se desempeñó con la extrema discreción propia de su papel, en tanto que Natalie Pinot no convenció por hierática y fría. Como anotación negativa de índole general, debe acusarse la excesiva velocidad de dicción del texto en la práctica totalidad de los actores, que incidía en una defectuosa vocalización y en una audición que se hacía muy difícil por momentos.
La obra del inglés, como es sabido, peca de un final absurdo y precipitado, que opta por presentar a los dos indignos de Verona como caballeros pese a todo. Ur Teatro con su labor los redime de este sino, ensalzando lo mejor de un Shakespeare que, como el genial Ben Jonson dijo, “no es de un siglo, sino de todos los tiempos”.
Dos caballeros de Verona no es una obra que cuente con una gran tradición escenográfica –en pocas ocasiones se ha representado– ni con demasiado aprecio por parte de la crítica. Esta (tragi)comedia en que pesa mucho más lo dulce que lo agrio, y tal vez más los errores que los aciertos –aunque alguno hay–, ni siquiera en su momento, allá por 1592 ó 1593, logró seducir al público. Ur Teatro la ha calificado con acierto como comedia de juventud; y sin embargo, Romeo y Julieta está escrita sólo un año más tarde y el Sueño dos años después, mostrando ambas una evidente superioridad. ¿Entonces? ¿Es Dos caballeros un arduo reto o bien camino llano?
Pese a mimbres tan precarios, Ur Teatro ha realizado un trabajo encomiable, con seguridad por su excelente conocimiento del universo del “cisne de Avon”, pero también –me atrevo a suponer– por una atenta lectura de Harold Bloom, que en su espléndida colección de ensayos sobre Shakespeare, La invención de lo humano (Anagrama), afirma literalmente: “Los directores y actores harían bien en montar Los dos caballeros de Verona como una farsa paródica, cuyos blancos serían los dos amigos veroneses del título”. Justamente desde esta perspectiva se plantea la versión de Helena Pimenta, quien, aun mostrando un respeto importante por el texto, incide de forma obvia en los aspectos más satíricos de la obra, subrayando en especial lo deleznable de los dos protagonistas, Proteo y Valentín, y su burdo enfrentamiento (ambos inician significativamente el montaje enfrentándose en un ring de boxeo, y “labrándose así su propia ruina”, por usar palabras de Auden).
Pimenta se trae la corte milanesa hasta los años 20 del siglo pasado, en un contexto burlescamente musical, refinadamente art decó y estrambóticamente mussoliniano, con favores repartidos dedocráticamente y la delación como forma de supervivencia. La ambientación original de la obra –los estertores del siglo XVI– se reserva en cambio para las intervenciones de la amada supuestamente virginal –Julia– y para el despliegue de ese magno personaje –el criado Lanza– cuyos atisbos de grandeza, en palabras de Bloom, la obra no se merece. Con semejante contraste temporal, estéticamente atractivo, enfatiza Pimenta el tradicional concepto “menosprecio de corte y alabanza de aldea”, enfrentando la honestidad de la ciudad pequeña (Verona, Julia y su amor leal, el mundo zafio pero sincero de los criados, también el bosque donde se da solución al enredo) a la perversidad de la gran corte (Milán y sus asechanzas, la sofisticación y disimulo de Silvia, las prebendas obtenidas por Proteo y Valentín con méritos dudosos).
A este heterodoxo, atrevido y, no obstante, elegante y atinado planteamiento escénico (a pesar de que desconcertara a muchos de los asistentes), cabe añadir la acertada dirección de actores y el trabajo de estos, que lucieron con entusiasmo –diría extraordinario entusiasmo– y brillantez, aun con algunas matizaciones. Muy bien interiorizado el trabajo de Sergio Otegui como Proteo, con una lograda dimensión de cinismo e ironía, y aunque se excede en pasión en algún arrebato esporádico, resulta espléndido. Gabriel Garbisu como Valentín cede algún tanto ante el potente trabajo de su rival, pero mantiene un alto nivel y supone un adecuado contrapunto que rebaja la acidez de Proteo. Miriam Montilla encarna una Julia quizá excesivamente casquivana, casi orgásmica en su declamación y ademanes, que induce a pensar en un intencionado efecto desmitificador de la castidad por parte de la actriz. Jesús Berenguer presenta con suma expresividad un duque (¿Duce?) esperpéntico, despojado de su autoridad original, en un personaje también revisado y revitalizado por la versión de Ur. De los criados, Jorge Basanta traza un maquillado Relámpago verdaderamente hábil e hilarante, en un cabriólico papel tan difícil como agradecido, en tanto que José Tomé brilla especialmente en su trascendente monólogo del perro Crab (que le acompañó en escena) y Lucía cumplió con gracejo su cometido. Jorge Muñoz como Turio se desempeñó con la extrema discreción propia de su papel, en tanto que Natalie Pinot no convenció por hierática y fría. Como anotación negativa de índole general, debe acusarse la excesiva velocidad de dicción del texto en la práctica totalidad de los actores, que incidía en una defectuosa vocalización y en una audición que se hacía muy difícil por momentos.
La obra del inglés, como es sabido, peca de un final absurdo y precipitado, que opta por presentar a los dos indignos de Verona como caballeros pese a todo. Ur Teatro con su labor los redime de este sino, ensalzando lo mejor de un Shakespeare que, como el genial Ben Jonson dijo, “no es de un siglo, sino de todos los tiempos”.
Comentarios
¿Con el amigo William, quieres decir?
Volveré...
MentesSueltas
Ya he estado leyendo tus poemas...
Un abrazo.
Gracias por venir por aquí, se te echaba de menos.