En estos días se ha presentado el último trabajo de la compositora y cantante cántabra Inés Fonseca, en este caso dedicado a la Generación del 27, en estrecha colaboración con la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, que ha sido la institución patrocinadora principal, junto a la colaboración del Gobierno de Cantabria, la Fundación Unicaja y el Centro Cultural Generación del 27.
En realidad, este nuevo trabajo no hace sino perpetuar una constante a la que Fonseca ya nos tiene acostumbrados: no el disco sino el libro-disco, elaborado con evidentes sobriedad y cuidado, formalmente bien presentado, con una selección meditada de contenidos a los que se pone una música pausada y elegante. En esta ocasión, Inés ha escogido poemas de Rafael Alberti (El cuerpo deshabitado), Vicente Aleixandre (Los besos), Dámaso Alonso (Ejemplos), Manuel Altolaguirre (Playa), Luis Cernuda (Oscuridad completa), Gerardo Diego (Playa de los Peligros), Federico García Lorca (Baladilla de los tres ríos y En la muerte de José Ciria y Escalante), Jorge Guillén (El descaminado), Emilio Prados (Me asomé) y Pedro Salinas (Yo no puedo darte más y El Contemplado), autores todos ellos ligados de forma obvia al devenir de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. Pero este nuevo libro-disco de Inés Fonseca alberga, sin embargo, una peculiar concepción: y es que el trabajo Generación del 27 se ha querido entender como una suerte de correspondencia entre el pasado y el presente, entre la poesía de aquellos años y los poetas que en Cantabria escriben en la actualidad. En concreto, Lorenzo Oliván, Ana García Negrete, Adela Sainz Abascal, Regino Mateo, Jesús Cabezón, Marián Bárcena, Gloria Ruiz, Juan Antonio González Fuentes, Rafael Fombellida, Alberto Santamaría, Ana Rodríguez de La Robla y Carlos Alcorta han escrito su particular epístola a cada uno de los poetas del 27, tomando como referencia los textos cantados por Fonseca.
Respecto a la selección específica de poemas, pudiera tal vez objetarse que algunos de ellos no son quizá los más sobresalientes de sus autores; Lorca y Alonso, y en menor medida Salinas e incluso Aleixandre, bien podrían haberse visto representados por otros textos. Sin embargo, hay que admitir que la traducción musical que Fonseca ha realizado justifica su inclusión al margen de consideraciones estrictamente literarias. Por otra parte, se aprecia en la cantante la inclinación por aquellos textos que contienen alguna alusión, siquiera sesgada, a personajes o lugares íntimamente ligados a nuestra región (la playa de los Peligros, el poema a José Ciria…), estación obligada, mal que nos pese, siempre que se quiere sacar adelante un proyecto con denominación de origen made in Cantabria.
Los arreglos musicales de los diferentes temas siguen un patrón idéntico de mimo y cuidado al que se respira ya en la propia presencia del disco: se trata de arreglos discretos –en el mejor sentido del término–, que arropan los textos sin asfixiarlos ni desvirtuarlos, aunque es cierto también que a veces los dotan de un significado sorprendente (algo que por otra parte no supone un demérito, sino que es algo inmanente a toda interpretación o lectura que se haga de cualquier obra de arte). En este sentido, cabe destacarse la peculiar visión del poema Oscuridad completa de Cernuda, en que se parte de una voz añeja como enclaustrada en un disco de pizarra que de repente se libera y llega hasta el presente en su más plena intensidad; es este uno de los temas más logrados, a mi juicio. De igual modo, la canción que abre el disco (El cuerpo deshabitado de Alberti) merece destacarse por su espléndido resultado, dado que es un poema en verdad difícil de musicar. Excepcionalmente delicados me han parecido también los temas de Prados (Me asomé) y Salinas (El contemplado).
El disco, por lo demás, se halla muy equilibrado dentro de su buscado y refinado eclecticismo: ritmos diversos se alternan y hermanan al tiempo, desde la balada más tradicional hasta el bolero, los ecos de la bossa nova o los ritmos latinos más osados. Igualmente, la voz de Inés parece haber ganado en profundidad respecto a trabajos anteriores: sus registros más graves se potencian mucho en un disco en que la intimidad es importante, y ese tono de cercanía, casi susurro, lo mantiene Fonseca sin desmayo.
En definitiva, Generación del 27 parece un disco llamado a secundar a Vida –anterior trabajo de Fonseca dedicado a José Hierro– en aceptación y popularidad, después del aún reciente Más allá de este claustro que ha experimentado una trayectoria más discreta, tal vez por lo intrínsecamente recoleto de su concepción. Ya sólo queda presenciar su puesta de largo en escenario.
En realidad, este nuevo trabajo no hace sino perpetuar una constante a la que Fonseca ya nos tiene acostumbrados: no el disco sino el libro-disco, elaborado con evidentes sobriedad y cuidado, formalmente bien presentado, con una selección meditada de contenidos a los que se pone una música pausada y elegante. En esta ocasión, Inés ha escogido poemas de Rafael Alberti (El cuerpo deshabitado), Vicente Aleixandre (Los besos), Dámaso Alonso (Ejemplos), Manuel Altolaguirre (Playa), Luis Cernuda (Oscuridad completa), Gerardo Diego (Playa de los Peligros), Federico García Lorca (Baladilla de los tres ríos y En la muerte de José Ciria y Escalante), Jorge Guillén (El descaminado), Emilio Prados (Me asomé) y Pedro Salinas (Yo no puedo darte más y El Contemplado), autores todos ellos ligados de forma obvia al devenir de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. Pero este nuevo libro-disco de Inés Fonseca alberga, sin embargo, una peculiar concepción: y es que el trabajo Generación del 27 se ha querido entender como una suerte de correspondencia entre el pasado y el presente, entre la poesía de aquellos años y los poetas que en Cantabria escriben en la actualidad. En concreto, Lorenzo Oliván, Ana García Negrete, Adela Sainz Abascal, Regino Mateo, Jesús Cabezón, Marián Bárcena, Gloria Ruiz, Juan Antonio González Fuentes, Rafael Fombellida, Alberto Santamaría, Ana Rodríguez de La Robla y Carlos Alcorta han escrito su particular epístola a cada uno de los poetas del 27, tomando como referencia los textos cantados por Fonseca.
Respecto a la selección específica de poemas, pudiera tal vez objetarse que algunos de ellos no son quizá los más sobresalientes de sus autores; Lorca y Alonso, y en menor medida Salinas e incluso Aleixandre, bien podrían haberse visto representados por otros textos. Sin embargo, hay que admitir que la traducción musical que Fonseca ha realizado justifica su inclusión al margen de consideraciones estrictamente literarias. Por otra parte, se aprecia en la cantante la inclinación por aquellos textos que contienen alguna alusión, siquiera sesgada, a personajes o lugares íntimamente ligados a nuestra región (la playa de los Peligros, el poema a José Ciria…), estación obligada, mal que nos pese, siempre que se quiere sacar adelante un proyecto con denominación de origen made in Cantabria.
Los arreglos musicales de los diferentes temas siguen un patrón idéntico de mimo y cuidado al que se respira ya en la propia presencia del disco: se trata de arreglos discretos –en el mejor sentido del término–, que arropan los textos sin asfixiarlos ni desvirtuarlos, aunque es cierto también que a veces los dotan de un significado sorprendente (algo que por otra parte no supone un demérito, sino que es algo inmanente a toda interpretación o lectura que se haga de cualquier obra de arte). En este sentido, cabe destacarse la peculiar visión del poema Oscuridad completa de Cernuda, en que se parte de una voz añeja como enclaustrada en un disco de pizarra que de repente se libera y llega hasta el presente en su más plena intensidad; es este uno de los temas más logrados, a mi juicio. De igual modo, la canción que abre el disco (El cuerpo deshabitado de Alberti) merece destacarse por su espléndido resultado, dado que es un poema en verdad difícil de musicar. Excepcionalmente delicados me han parecido también los temas de Prados (Me asomé) y Salinas (El contemplado).
El disco, por lo demás, se halla muy equilibrado dentro de su buscado y refinado eclecticismo: ritmos diversos se alternan y hermanan al tiempo, desde la balada más tradicional hasta el bolero, los ecos de la bossa nova o los ritmos latinos más osados. Igualmente, la voz de Inés parece haber ganado en profundidad respecto a trabajos anteriores: sus registros más graves se potencian mucho en un disco en que la intimidad es importante, y ese tono de cercanía, casi susurro, lo mantiene Fonseca sin desmayo.
En definitiva, Generación del 27 parece un disco llamado a secundar a Vida –anterior trabajo de Fonseca dedicado a José Hierro– en aceptación y popularidad, después del aún reciente Más allá de este claustro que ha experimentado una trayectoria más discreta, tal vez por lo intrínsecamente recoleto de su concepción. Ya sólo queda presenciar su puesta de largo en escenario.
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