Sobre Antología del Medio Siglo en Cantabria, de Manuel Arce.
En esta región nuestra parece existir una especie autóctona en materia literaria; una especie sumamente contumaz y prolífica, por añadidura: me refiero a esa suerte de sobao de las letras cántabras que llamamos ‘antología’. A juzgar por el número de antologías, en especial de antologías poéticas, que pululan por estos pagos –en los últimos diez años pueden contabilizarse, no se me asusten, más de una docena– no cabe duda de que, o bien la dimensión del fenómeno poético en Cantabria debería alertar ya a la comunidad académica internacional, o bien la antología en sí misma se está tornando el principal género literario en la región. En realidad, si hemos de ser honestos, y hasta un puntito implacables, de esa docena de “antojolías” –como las llama el poeta Luis Javier Moreno, con obvia ironía– puede afirmarse sin temblor de cálamo que más de la mitad son perfectamente prescindibles. Y es que al “género antológico”, para constituirse como tal con dignidad en Cantabria, le faltan todavía varios veranos y hervores sin pausa.
El problema de “la cosa” radica en cinco puntos esenciales, que resumo por no fatigar: 1. el antólogo carece en muchas ocasiones de la formación académica o cultural precisa; 2. las selecciones suelen ser reiterativas e interesadas; 3. ciertas antologías no nacen como proyecto independiente, sino que suelen constituir una excusa para obtener recursos de determinadas instituciones; 4. en consecuencia, el producto no aporta reflexiones de interés a la Historia de la Literatura porque se desconocen los instrumentos de trabajo más elementales y porque, en cambio, se le conocen los instintos más básicos; 5. no suele haber un hilo conductor razonado, y así la antología se convierte en una mera y tediosa enumeración de autores y obras.
Así las cosas, debemos felicitarnos de la aparición y presentación en Santander de una nueva antología que, por fortuna, no incide en la tara de ninguno de los cinco puntos expuestos. Estoy hablando de la obra que, firmada por Manuel Arce, lleva por título Poesía del Medio Siglo en Cantabria. Antología 1950-2000. Puesto que de la importancia innegable de Manuel Arce en la vida cultural de esta ciudad es excusado dar noticia, me parece más oportuno ocuparme propiamente de la nueva criatura que hoy tenemos entre manos.
En el trabajo de Arce se me antoja tan importante el prólogo introductorio como la selección de poetas propuesta. Esto, que así dicho semeja una tautología, no lo es tanto si pensamos en los peculiares caracteres de uno y otra. En la obra de Arce, a diferencia de otras muchas antologías, el prólogo desempeña una función esencial, que por otra parte es “la labor propia de su sexo”: la de guía para el profano, memoria para el iniciado y, en cualquier caso, fundamentada justificación del propósito y líneas directrices de la obra. Pero Manuel Arce llega más lejos, y en sus páginas introductorias nos ofrece su peculiar concepción de la razón del arte –y de la poesía, claro–, con lo que el prólogo deviene absolutamente personal y la obra, así, coherente. Agradable sorpresa. Arce reflexiona sobre la memoria, sobre la mirada que el hombre deposita en el arte que le precede y le explica, sobre la esencia del lenguaje como don fascinante y peligroso al tiempo. La antología de Arce, entonces, cobra sentido como testimonio de la memoria del hombre que se esfuerza por apresar con la palabra –aquí con la palabra poética– el hecho artístico y el tiempo –“nuestra sustancia es el tiempo”, decía Borges– y la vida.
En esta línea, es lógico que Manuel Arce plantee a continuación una peculiar historia de la poesía ligada a Cantabria: una historia en que el presente es resultado de un pasado específico, en que los nombres concretos responden no tanto a un flujo y reflujo de “generaciones” o tendencias –aunque también– como a un legado de inquietudes que vienen de muy lejos y que hoy se reconocen. Por ello Amós de Escalante aparece citado en el prólogo de esta antología, y con muy fino criterio, no tanto en razón de su particular credo estético o de su aportación a la Historia de la Literatura como en virtud del sentimiento poético (“¡musa del Septentrión, melancolía!”) que, en inesperada complicidad con el curso del tiempo, pudo insuflar a los poetas cántabros de la década de los 40, de modo similar, verbigracia, a lo que significó Góngora para los del 27 o el Réquiem de Rilke en la generación poética alemana de posguerra.
Tras este antecedente decimonónico se revisan los pasos poéticos afianzados en los comienzos del siglo XX, el advenimiento del creacionismo y otras vanguardias, la aparición de las revistas como resurgir de la intelectualidad española tras la guerra civil, la importante actividad de los años 40 y 50, la poesía un tanto sectaria de los 60 y primeros 70, la consolidación de una generación con los ojos puestos en la democracia, la eclosión poética de los 80 y el panorama de poetas que parecen marcar la transición desde el siglo XX al XXI. Mucha tela, podrá pensarse. Pues sí; y sin embargo, bien cortada. Todo ello se inscribe en una línea continua que adquiere plena significación a la luz de ese “planteamiento emocional” y casi “humanístico” que hemos indicado que sugiere Manuel Arce, por lo que el “Medio Siglo” a que apela la obra no actúa como estricto marco cronológico, sino como escenario final en el que cristaliza el flujo incesante de las letras.
Es evidente que Poesía del Medio Siglo en Cantabria no es la obra de un filólogo, pero resulta ciertamente grato comprobar cómo su autor maneja con soltura y capacidad crítica la obra de filólogos y teóricos de referencia: Julius Petersen, Dámaso Alonso, Guillermo de Torre, José Olivio Jiménez, Ricardo Gullón… Tal vez se eche en falta la cita de trabajos más recientes, una mayor “argamasa teórica” relativa a la poesía más contemporánea: Arce se mueve con mayor comodidad en el ámbito de la poesía de los 40 y 50, lo que por otro lado es natural, ya que se trata de un entorno que a él le resulta, por sus propias experiencias, muy próximo. Acertado parece el esfuerzo del autor por evitar caer en etiquetas generacionales y estéticas; el afán de etiquetar ha producido en poesía efectos nefastos. Arce prefiere hablar de poetas influidos por determinadas vivencias, por coyunturas históricas determinadas, aun con su propia individualidad.
En lo que se refiere a la selección de nombres, ‘Poesía del Medio Siglo’ pretende ser más una inducción a la lectura y a la profundización en la trayectoria de los autores –mediante una semblanza correcta y ajustada– que una emisión de juicios de valor, que en todo momento se elude. Manuel Arce –y en esto se aprecia que estamos ante una obra de autor y no escuetamente sufragada– realiza una selección personal, que puede gustar o no, pero que es y debe ser la suya. De este modo, se rescatan poetas del olvido –como María Teresa Huidobro o Mercedes Ibáñez– o se incluye a escritores que, inexplicablemente, no suelen estar presentes en la antologías cántabras pese a contar con un nombre más que notable –caso de Álvaro Pombo, Jesús Aguirre o Jesús Pardo, cuya inclusión, por otro lado, dota a la antología de un vuelo más atractivo, menos “estrictamente provinciano”.
En resumen, la aparición de Poesía del Medio Siglo en Cantabria supone no sólo la incorporación de un trabajo serio y coherente a nuestra memoria literaria, sino una puerta abierta a la llegada de trabajos dignos que la aborden desde la corrección, el rigor y la sensibilidad. Además de un reflexivo homenaje a los poetas de Cantabria que todos los creadores hemos de agradecer a Manuel Arce.
El problema de “la cosa” radica en cinco puntos esenciales, que resumo por no fatigar: 1. el antólogo carece en muchas ocasiones de la formación académica o cultural precisa; 2. las selecciones suelen ser reiterativas e interesadas; 3. ciertas antologías no nacen como proyecto independiente, sino que suelen constituir una excusa para obtener recursos de determinadas instituciones; 4. en consecuencia, el producto no aporta reflexiones de interés a la Historia de la Literatura porque se desconocen los instrumentos de trabajo más elementales y porque, en cambio, se le conocen los instintos más básicos; 5. no suele haber un hilo conductor razonado, y así la antología se convierte en una mera y tediosa enumeración de autores y obras.
Así las cosas, debemos felicitarnos de la aparición y presentación en Santander de una nueva antología que, por fortuna, no incide en la tara de ninguno de los cinco puntos expuestos. Estoy hablando de la obra que, firmada por Manuel Arce, lleva por título Poesía del Medio Siglo en Cantabria. Antología 1950-2000. Puesto que de la importancia innegable de Manuel Arce en la vida cultural de esta ciudad es excusado dar noticia, me parece más oportuno ocuparme propiamente de la nueva criatura que hoy tenemos entre manos.
En el trabajo de Arce se me antoja tan importante el prólogo introductorio como la selección de poetas propuesta. Esto, que así dicho semeja una tautología, no lo es tanto si pensamos en los peculiares caracteres de uno y otra. En la obra de Arce, a diferencia de otras muchas antologías, el prólogo desempeña una función esencial, que por otra parte es “la labor propia de su sexo”: la de guía para el profano, memoria para el iniciado y, en cualquier caso, fundamentada justificación del propósito y líneas directrices de la obra. Pero Manuel Arce llega más lejos, y en sus páginas introductorias nos ofrece su peculiar concepción de la razón del arte –y de la poesía, claro–, con lo que el prólogo deviene absolutamente personal y la obra, así, coherente. Agradable sorpresa. Arce reflexiona sobre la memoria, sobre la mirada que el hombre deposita en el arte que le precede y le explica, sobre la esencia del lenguaje como don fascinante y peligroso al tiempo. La antología de Arce, entonces, cobra sentido como testimonio de la memoria del hombre que se esfuerza por apresar con la palabra –aquí con la palabra poética– el hecho artístico y el tiempo –“nuestra sustancia es el tiempo”, decía Borges– y la vida.
En esta línea, es lógico que Manuel Arce plantee a continuación una peculiar historia de la poesía ligada a Cantabria: una historia en que el presente es resultado de un pasado específico, en que los nombres concretos responden no tanto a un flujo y reflujo de “generaciones” o tendencias –aunque también– como a un legado de inquietudes que vienen de muy lejos y que hoy se reconocen. Por ello Amós de Escalante aparece citado en el prólogo de esta antología, y con muy fino criterio, no tanto en razón de su particular credo estético o de su aportación a la Historia de la Literatura como en virtud del sentimiento poético (“¡musa del Septentrión, melancolía!”) que, en inesperada complicidad con el curso del tiempo, pudo insuflar a los poetas cántabros de la década de los 40, de modo similar, verbigracia, a lo que significó Góngora para los del 27 o el Réquiem de Rilke en la generación poética alemana de posguerra.
Tras este antecedente decimonónico se revisan los pasos poéticos afianzados en los comienzos del siglo XX, el advenimiento del creacionismo y otras vanguardias, la aparición de las revistas como resurgir de la intelectualidad española tras la guerra civil, la importante actividad de los años 40 y 50, la poesía un tanto sectaria de los 60 y primeros 70, la consolidación de una generación con los ojos puestos en la democracia, la eclosión poética de los 80 y el panorama de poetas que parecen marcar la transición desde el siglo XX al XXI. Mucha tela, podrá pensarse. Pues sí; y sin embargo, bien cortada. Todo ello se inscribe en una línea continua que adquiere plena significación a la luz de ese “planteamiento emocional” y casi “humanístico” que hemos indicado que sugiere Manuel Arce, por lo que el “Medio Siglo” a que apela la obra no actúa como estricto marco cronológico, sino como escenario final en el que cristaliza el flujo incesante de las letras.
Es evidente que Poesía del Medio Siglo en Cantabria no es la obra de un filólogo, pero resulta ciertamente grato comprobar cómo su autor maneja con soltura y capacidad crítica la obra de filólogos y teóricos de referencia: Julius Petersen, Dámaso Alonso, Guillermo de Torre, José Olivio Jiménez, Ricardo Gullón… Tal vez se eche en falta la cita de trabajos más recientes, una mayor “argamasa teórica” relativa a la poesía más contemporánea: Arce se mueve con mayor comodidad en el ámbito de la poesía de los 40 y 50, lo que por otro lado es natural, ya que se trata de un entorno que a él le resulta, por sus propias experiencias, muy próximo. Acertado parece el esfuerzo del autor por evitar caer en etiquetas generacionales y estéticas; el afán de etiquetar ha producido en poesía efectos nefastos. Arce prefiere hablar de poetas influidos por determinadas vivencias, por coyunturas históricas determinadas, aun con su propia individualidad.
En lo que se refiere a la selección de nombres, ‘Poesía del Medio Siglo’ pretende ser más una inducción a la lectura y a la profundización en la trayectoria de los autores –mediante una semblanza correcta y ajustada– que una emisión de juicios de valor, que en todo momento se elude. Manuel Arce –y en esto se aprecia que estamos ante una obra de autor y no escuetamente sufragada– realiza una selección personal, que puede gustar o no, pero que es y debe ser la suya. De este modo, se rescatan poetas del olvido –como María Teresa Huidobro o Mercedes Ibáñez– o se incluye a escritores que, inexplicablemente, no suelen estar presentes en la antologías cántabras pese a contar con un nombre más que notable –caso de Álvaro Pombo, Jesús Aguirre o Jesús Pardo, cuya inclusión, por otro lado, dota a la antología de un vuelo más atractivo, menos “estrictamente provinciano”.
En resumen, la aparición de Poesía del Medio Siglo en Cantabria supone no sólo la incorporación de un trabajo serio y coherente a nuestra memoria literaria, sino una puerta abierta a la llegada de trabajos dignos que la aborden desde la corrección, el rigor y la sensibilidad. Además de un reflexivo homenaje a los poetas de Cantabria que todos los creadores hemos de agradecer a Manuel Arce.
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