LAS ÍNFULAS EXTRAÑAS


Escribir en prensa, a estas alturas, que la aparición de la antología poética“Las Ínsulas Extrañas” ha venido envuelta en una agria polémica, es decir poco o casi nada. Sí me parece interesante, en cambio, detenerse a analizar –y hasta enjuiciar– las causas del escándalo, y revisar al tiempo los criterios de la antología.
Resulta sorprendente, por no decir alarmante, la celeridad con que se han desatado los latigazos de la crítica –o, al menos, de un determinado sector de ella. Todavía sin haberse presentado el libro, ya circulaban en diversos medios reseñas destructivas al efecto; algo que evidencia el escaso rigor de ciertos críticos literarios de la prensa española, a los que se ha acusado muchas veces –no sin falta de razón, aunque en voz baja, por si acaso– de ser críticos veloces de índice y solapa. Un volumen como el de “Las Ínsulas Extrañas”, con casi mil páginas de poemas y veintidós de prólogo, con obra de noventa y nueve poetas, merece una atención mucho más reflexiva de la que se le ha concedido. Y hacer eso, hasta al más aventajado de los críticos, le lleva días.
El problema, una vez más, ha sido el índice. Ha habido algunos para los que lo fundamental de la cuestión era estar o no estar en el índice de elegidos que se recogen en la antología. He aquí cómo una antología poética puede convertirse en un ridículo trasunto del bombo que gira incansablemente todos los años en la mañana del 22 de diciembre. Por añadidura, los que ya sabían, tiempo ha, que no habrían de ser los agraciados en la lotería de las páginas insulares, llevaban meses afilando los cuchillos a la espera del momento más propicio –es decir, el más dañino– para encajarlos en la carne del recién nacido. Para acabar, ha habido incluso medios o particulares que han levantado la voz por la exclusión de algunos nombres, en titulares ostentosos, aduladores e indignos (“¡X no figura en la antología ‘Las Ínsulas Extrañas’!”), como si el figurar o no figurar en una antología fuese el problema principal de un poeta, o incluso tomándolo por absurdo indicio de menosprecio hacia la calidad literaria del aludido.
Pero ha habido, además, un problema añadido, que es el de la filiación poética de los cuatro antólogos de las Ínsulas: Milán, Robayna, Valente y Varela están claramente inscritos en una tendencia escrituraria metafísica, del silencio, del conocimiento o de cualquiera de las etiquetas que queramos elegir de entre las que le ha asignado la Historia de la Literatura. La antología ha sido inmediatamente acusada de sectarista no sólo por los excluidos, sino además por los excluidos más ligados a la corriente poética opositora, los representantes de la poesía experiencial o de la comunicación, que como tales no han vacilado en “comunicar” su desacuerdo con una actitud que han calificado de “rancia” y “polvorienta” por su parcialidad. Estos poetas tan críticos parecen olvidar que nos han agasajado repetidamente con antologías y productos mucho más parciales, a veces de vergonzosos grupos de amiguetes, bien seguros de su preeminencia en determinados círculos de la prensa o la edición. En consecuencia, los antólogos de las Ínsulas tienen perfecto derecho a hacer con su antología lo que les dé la gana, y a prescindir, si les place, de efebos emboscados en la noche de los bares. Ya era hora.
Ahora bien, me parece que el grueso de la opinión debería haberse concentrado en el prólogo que encabeza “Las Ínsulas Extrañas”. Supuestamente, la antología parece ser una exhibición de la patria común de nuestra lengua como puente entre escrituras, una manifestación de que la poesía española es española y no peninsular. Hasta ahí de acuerdo. Analizar y aproximar el acervo poético de España e Hispanoamérica es tan acertado como necesario.
Desagradables son, en cambio, algunas de las aserciones contenidas en el prólogo, inexplicablemente firmadas por los cuatro antólogos, siendo dos de ellos españoles. Decir que la poesía española estuvo desvinculada del surrealismo sólo se entiende si se aprecia la ausencia de nombres “insignificantes” como los de Lorca o Aleixandre en la antología. Otra campanada de las gordas la dan Milán y su compaña cuando afirman que la poesía peninsular de la posguerra es inferior a la poesía hispanoamericana de opresión, porque sólo atiende a lo político y se muestra ciega al enfoque social y humano del entorno; parece como si el estremecedor Dámaso Alonso de “Hijos de la ira” no hubiera pasado por las mientes de los antólogos. Otras perlas no faltan: por ejemplo, cifrar en el Postismo los máximos –y precarios– logros de la vanguardia en España. Mejor no seguir.
En otro orden de cosas, puede detectarse en la antología alguna que otra incongruencia, como la inclusión de Clarisse Nicoidski, poeta francesa que escribe en sefardí (¡!), o la improcedente consideración de la labor como traductores de cuatro de los poetas antologados (Aníbal Núñez, Vicente Gaos, Alberto Girri y Jaime García Terrés).
En todo caso, puede decirse que, en general, la totalidad de “Las Ínsulas Extrañas” va encaminada, por objetivos y muestras, al ensalzamiento de la poesía hispanoamericana. Propósito banal y torpe, que ignora la extraordinaria importancia de la poesía española del siglo XX y que reincide en el mantenimiento de los compartimentos separados, en lo infranqueable de la oceánica frontera atlántica. Propósito banal y torpe, apuntalado en un prólogo con ínfulas extrañas.

Comentarios

beatriz ha dicho que…
de "extrañas", nada. Más bien: Las Ínfulas Conocidas, si nos atenemos al discurso de púlpito de Valente y sus cuates, en este libro y por donde tuvieran (tengan) ocasión.