LAS MIL Y UNA NOCHES DEL HORROR

Creo recordar que fue Cicerón quien sentenció que lo que noblemente empieza del mismo modo se remata. De donde, por contra, se deduce con facilidad cuál es el final que corresponde a las acciones con oscuro origen. En estos días asistimos a lo que parecen los últimos coletazos de la contienda estadounidense contra Iraq. Contienda que ha dado en acabarse –más o menos– con una serie de actos dignos de su indigno inicio: el incendio de la Biblioteca Nacional de Bagdad, la destrucción del Archivo de Bagdad, el expolio de los Museos de Bagdad y Mosul. ‘Finis coronat opus’. Todo ello –nos dicen– a manos de iraquíes desenfrenados en unos casos, de bandas perfectamente organizadas en otros, siempre ante la mirada no sólo impasible, sino connivente, de los soldados norteamericanos.
Esta caterva de barbaridades, horror a un lado, suscita una primera lectura inmediata: no es de extrañar tal actitud por parte de los soldados representantes de un pueblo intrínseca y nataliciamente inculto; de un pueblo al que, cuando por puro esnobismo (en su más pura acepción etimológica: ‘sine nobilitate’), le apetece tener un templo egipcio –verbigracia–, lo desmonta por narices en cachitos y se lo instala en la parte trasera del jardín.
Sin embargo, creo que hay una interpretación de más calado que no se debe arrinconar. Con independencia de que a algunos iraquíes embrutecidos la pérdida irreparable de su patrimonio histórico les preocupe lo que preocuparía a algunos españoles adictos a determinados programas de televisión una hipotética quema de la Biblioteca Nacional en Madrid –o sea, nada–, es obvio que existe una grave y hasta perversa intencionalidad en el curso de tantos salvajes acontecimientos. Sabemos que, desgraciadamente, la memoria de los muertos se disipa, y que los daños materiales se reparan a base de esfuerzo y dinero. Pero hay algo que no desaparece, “un dolor que nunca muere”, como Esquilo decía: la humillación que se inflige a la propia identidad, a la raíz cultural, a la esencia de la propia civilización.
Todos los estrategas de la Historia han conocido sobradamente la certeza de este aserto, y todos los infames que en la Historia han sido no han vacilado en aplicarlo. En situaciones extremas –la guerra, evidentemente, lo es– tienen más repercusión los daños morales que los físicos. Las mutilaciones y las violaciones son, por ello, mucho más terribles que la muerte misma; de ahí su práctica habitual en los conflictos bélicos. Del mismo modo, las estocadas asestadas a la conciencia cultural e histórica de un pueblo, a su mentalidad, a su entender el mundo, a su memoria colectiva, son infinitamente más duras a la larga que la destrucción de mil infraestructuras urbanas. La humillación de una civilización por otra, la privación de los asideros intelectuales que conforman a los individuos, es una ofensa imposible de encajar y una herida ante la que recuperación no es factible. Un jaque decisivo en una guerra. Y una pieza fundamental en la configuración y avance de un colonialismo homogeneizador –como define Lévi-Strauss– cada vez más agresivo. Porque un pueblo sin referentes escritos ni visuales –sin Historia y sin Arte– queda mejor dispuesto para la reeducación. Como un palimpsesto al que se rasca su base original para sobreescribir con nueva letra.
Ante tan altos ideales, la Convención de La Haya de 1955, que estipula la salvaguarda de los bienes culturales en caso de conflicto armado, queda en humo de pajas; o, en este caso, de libros. Y todos tan campantes. Con lo que no estamos tan distantes de aquellos tiempos feroces en que Nabopolasal (allá por el siglo VII a.C.) arrasó impunemente Nínive, con sus templos y estatuas asirios, y la bellísima biblioteca de Asurbanipal (según parece, los iraquíes tienen la negra con los libros).
En cuanto al expolio museístico, sería para llorar que la hermosa máscara de mármol de la dama de Warka o que Indu, el famoso escriba sumerio de basalto negro, hubieran desaparecido para siempre de nuestras vidas. Recuerdo que mi amor por el arte comenzó precisamente en el asombro ante estas piezas de hace cinco mil años, que descubrí en el magnífico libro de Henri Frankfort sobre el Arte del Oriente Antiguo. Sin embargo, es de esperar que estas grandes piezas aparezcan dentro de no muchos años, por supuesto rescatadas para la Humanidad por algún benéfico museo norteamericano (si para ver Grecia hay que irse al “British”, para conocer Babilonia habrá que viajar al “Metropolitan”); las piezas pequeñas pasarán a engrosar las colecciones de particulares sin escrúpulos: informáticos horteras o ‘brokers’ indecentes colocarán tablillas de escritura cuneiforme como exótica decoración en sus ‘jacuzzi’. Todo en orden.
Marchantes intachables estarán ya haciendo su trabajo y mientras tanto, los malvados iraquíes, saqueados en nombre de las libertades, apaleados como lana –que cantaba Martín Fierro–, tienen una nueva vida por delante para seguir contando el cuento de nunca acabar, las Mil y Una Noches del horror sin fin.

Comentarios

Jaime Paz ha dicho que…
Hola que tal, hace unos días llegué a tu blog por medio del botón Next Blog, de blogger, y me ha encantado :)

Me gusta la lectura y encuentro en tu espacio algo que leer y mucho qué aprender.

Apenas he leido un par de posts (Poetas contra natura y Las mil y una noches del horror), que me han interesado mucho, además de indignarme algo por uno y mucho por otro, por las cosas que nos hacemos entre personas. Con el segundo post, me acordé de la novela de Julia Navarro, La biblia de barro (no se porqué, pero siempre me causa gracia el que la obra y su autora rimen), donde muestra de cierta manera algunos de los motivos de la guerra, y del interés Estadounidense de "rescatar" al mundo, o al menos a ciudades que están en desgracia (que curiosamente son ricas en algún tipo de recurso).

Es para mí inconcebible, el que se destruyan cuestiones culturales, desde costumbres hasta acervos tan importantes como las bibliotecas, y que a la sociedad mundial le valga gorro.

Me molesta que la cultura no sea valorada ni por los que ocupan la cúpula del poder (empezando por mi propio país), ni por los que forman la mayoría de la población. Qué nos queda hacer a los que si? solamente opinar? alzar la voz? prepararnos para defendernos de alguna manera de las estupideces de las "autoridades"?.

Creo que aparte de que esto sea un simple comentario, es también la solicitud de consejo.

Saludos. :)
Anónimo ha dicho que…
Muchas gracias por tus comentarios. Aunque no estoy de acuerdo en que a los poderes no les interese la cultura: últimamente sí, y mucho, porque se han dado cuenta de que es una fuente de recursos de la que hasta ahora no se habían percatado... ¿Qué se puede hacer? Sencilla y compleja pregunta... Leer mucho, tener espíritu crítico, votar con criterio y procurar en nuestra vida personal no caer en suciedades semejantes. Por desgracia, como parece que ya pasó la era de las revoluciones -ser revolucionario está mal visto, quién lo duda- pues hay que conformarse con esto y poco más; y rogar que no nos toque nada. Un saludo.
wonil ha dicho que…
El hombre racional se adapta al mundo que le rodea; el hombre irracional se obstina en intentar que sea el mundo quien se adapte a él. - George Bernard Shaw.
Creo que Bush, y los yankies no pueden adaptarse a un mundo multipolar, con distintas culturas, costumbres y religiones. Buscan que el mundo se adapte a ellos. Y no hay mejor manera de hacerlo que aboliendo el pasado como ya lo hizo Shi Huangdi o Qin Shi Huang.(que casualmente al igual que Bush hizo una muralla).
Pero màs que la destrucciòn del arte y la historia lo que màs me duele es la destrucciòn de vidas inocentes. En la època de la construcciòn de la torre de Babel, se cuenta que la gente se lamentaba màs por la caìda de un ladrillo que de un hombre. Quizàs la destrucciòn del arte no sea otra cosa que una sinecdoque de la destrucciòn de la vida.
Anónimo ha dicho que…
No dude, estimado, que la destrucción del arte es más catastrófica que la destrucción de una vida, al menos a largo plazo. La herencia cultural e identitaria es lo que se aniquila con ese tipo de acciones. Lo otro es barbarie. Nada más. Y nada menos. Saludos.