Hacía tiempo que
el Palacio de Festivales de Cantabria no colgaba el “No hay localidades” en su
taquilla y ha sido precisamente este fin de semana cuando se ha recuperado el experimento
de esa grata sensación. Y ha ocurrido con merecimiento, por cierto, con una
velada protagonizada por la Orquesta Nacional de España, dirigida por el
mediático David Afkham, y contando además con el pianista Juan Pérez Floristán
en las partes solistas. El programa, por otra parte, fue de los que, bien
ejecutados, obtienen satisfactoria respuesta en el público: la Obertura de la Genoveva
de Schumann, el Concierto para piano número 20, K466, de Mozart y, como
colofón, la Sinfonía número 1, op. 68, de Brahms.
El arranque del
concierto ya hizo presagiar que íbamos a disfrutar de una noche afortunada. La
orquesta exhibió un sonido compacto y perfectamente empastado, destacando la
extraordinaria belleza cromática de la cuerda, aunque todas las secciones
mostraron una gran limpieza y capacidad concertante. En la primera parte del
programa se aguardaba con especial interés la intervención del sevillano Pérez
Floristán. Fue destacable el perfecto entendimiento entre el pianista y la orquesta,
en la que brilló su agilidad dinámica. Entre ambos configuraron una versión muy
correcta y de gran soltura del concierto mozartiano, en el que no obstante se
echó en falta una mayor presencia del más profundo espíritu del genio
salzburgués, precisamente en esta pieza que está recorrida por la introspección
y el dramatismo. Floristán ejecutó sus partes con pulcra delicadeza y aspirando
al intimismo, aunque no logró penetrar en la verdadera esencia de la difícil
partitura. Todo sonó bien, en suma, pero sin el calado sutil que exige esta
joya del repertorio de Mozart. El pianista fue muy aplaudido y regaló al
público una propina: el breve pero intenso Momento musical número 3 en fa
menor de Schubert.
Sin duda, lo
mejor de la noche estaba por llegar en la segunda parte del programa, acaparada
por la Primera de Brahms. Inmediatamente pudo percibirse la comodidad con que
la orquesta abordaba este repertorio, de reminiscencias evidentemente
beethovenianas (no en vano es conocida esta sinfonía como “la Décima” en
referencia al músico de Bonn). Afkham es un director muy competente y comprometido,
y lo demostró con una lectura tan detallada como extraordinariamente luminosa
de la obra, extrayendo de la orquesta un sonido opulento pero sin estridencias.
La dirección enérgica del director germano, gestual, sin batuta, huyó de los
amaneramientos en que a veces se sume la interpretación de Brahms, subrayando
los tutti sin dejar por ello de ensalzar en cuidado equilibrio los preciosos
pasajes reservados al violín o a la tan importante, en esta obra, sección de
viento. El resultado fue una sinfonía bien articulada en todos sus planos y
bien conducida, sin desmayo, hasta culminar en el brioso cuarto movimiento en
que se aúnan triunfalmente lo lírico y lo heroico.
Afkham y la ONE
recibieron una cerrada y merecida ovación del público, y no dudaron en añadir
dos propinas, también del compositor hamburgués (las Danzas Húngaras 5ª y
1ª), a la que ya había sido una larga y exigente velada. Una demostración de
que la programación del Palacio puede estar a la altura y vender entradas con
las propuestas adecuadas.